domingo, 11 de octubre de 2020

Manual de instrucciones, de Horacio Licera

 Manual de instrucciones, de Horacio Licera

Menos los hijos, todo viene con manual de instrucciones. Sin embargo, a veces los tenemos y no los leemos. El otro día se nos cayó la cámara de fotos china y se nos rompió. Claro, podríamos haberlo evitado de haber leído el manual que en el apartado de “Cuidado y precauciones” decía claramente: no deje caer la cámara. Pero cuando compramos otra y fuimos a ponerle las pilas, como no somos ningunos tontitos, antes leímos las instrucciones. “Abra la tapa de compartimiento de pilas” y tenemos que reconocer lo útil que fue para poder poner las pilas e incluso también para sacarlas. Evidentemente, existe el manual de instrucciones para escribir manuales de instrucciones y sus primeras instrucciones seguramente son: -Mentalícese que quien va a leer esto es una especie de bestia silvestre. -No tema subestimar, subestime. El manual, más que una guía de uso, es una protección legal ante reclamos de garantía. -Si bien hay que ahorrar papel, no escatime palabras, es preferible achicar la tipografía. La letra chica es nuestra especialidad. El hombre siempre necesitó de manuales de instrucciones, desde aprender a manejar la licuadora hasta para guiar el destino de los pueblos como fueron Los diez mandamientos. Es el más antiguo y breve de todos los manuales, pero el más pesado de todos. Se dice que cuando Moisés bajaba del monte cargando las piedras, refunfuñaba: “¡Esto me lo podía haber anotado en un papelito, pero no, Él siempre hace todo a lo grande!”. La Biblia es un claro manual de instrucciones, donde se indica por ejemplo en el Levítico 20:14 que si tiene relaciones impuras con los parientes de su esposa será quemado vivo y en el Éxodo 35:2 que bajo pena de muerte no se puede trabajar los sábados. Es decir, que si usted tiene un kiosquito abierto todos los santos días del año para hacer una diferencia y para colmo mira con buenos ojos a su cuñadita, agradezca que vive en este siglo. Sin embargo, en el Levítico 25:44 dice que se pueden tener esclavos, tanto varones como mujeres, siempre y cuando sean adquiridos en naciones vecinas, es decir, que si usted tiene un taller con bolivianos doblados en una máquina de coser, dieciocho horas por día, en aquellas épocas sería un próspero y honesto empresario textil. Cuentan también de otros manuales perdidos en el principio de los tiempos, cuando en el Edén el hombre vagaba despreocupadamente. Creyendo el creador que la responsabilidad con que este ejercía su ocio era aburrimiento, creó otro ser y se lo regaló. Adán comenzó a dar vueltas alrededor de esa otra persona bastante parecida a él, aunque un poco hinchada en algunas partes. Inmediatamente, llamó a Dios y le pidió el manual de instrucciones. Se escuchó un estruendo y cuando bajo la polvareda apareció un pilón de dieciocho tomos, cuatro apéndices y una lámina a todo color. Adán, sentado en la pila, comenzó por el tomo I: “Frágil”, “Mantener en lugar seco y fresco, pero no muy seco que reseca la piel, ni tampoco muy húmedo que se hace frizz el pelo, tampoco muy muy fresco”, “Por las dudas tener una camperita a mano”, “Manipular con cuidado pero con firmeza, pasmados abstenerse”... Fue en ese momento que Eva, así se llamaba, lo tomó de la mano y le dijo, “Vení que yo te voy a explicar...”. Finalmente, Adán hizo como todos nosotros, no leyó los manuales de instrucciones, se manejó al tanteo y es por eso que hoy Eva sigue siendo un misterio. ¿Los manuales?, las malas lenguas dicen que Eva fue la que inventó el papel picado.

(1)De la columna: Por la luz que me alumbra, diario Río Negro, 12 de mayo de 2006. Horacio Licera es periodista e infografista de ese diario.

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