miércoles, 19 de octubre de 2022

La fiesta de cumpleaños,de Liliana Cinetto

Aquel día, en la biblioteca, a Caperucita Roja se la notaba nerviosa. Iba y venía con la canasta de un lado para otro. No podía quedarse quieta. Es que nunca hasta entonces había podido festejar su cumpleaños. Festejarlo de verdad, con una fiesta en la que todos le cantaran “¡Que los cumplas feliz! ¡Que los cumplas feliz!”, mientras ella soplaba las velitas y abría los regalos…No, jamás había podido hacer eso.

Y es que ¿para qué iba a hacer una fiesta, si NADIE-NADIE-NADIE iba a poder asistir?

Porque todos aquellos a los que Caperucita quería invitar tenían problemas. Para empezar, su abuelita siempre estaba enferma, en cama. Ni hablar de Blancanieves, que andaba más muerta que viva porque se la pasaba comiendo manzanas envenenadas. O de la Bella Durmiente que dos por tres se pinchaba el dedo con una aguja y dormía más o menos unos cien años. O de la Cenicienta que se disculpaba porque no había terminado de limpiar la casa o no tenía qué ponerse, hasta que llegara el Hada Madrina. O de Gretel que seguía perdida con su hermano Hansel. Que no puedo porque justo tengo que ir a besar un sapo para que se convierta en príncipe, que estoy prisionera en una torre custodiada por un dragón, que me hechizó una bruja… Excusas. Todos ponían excusas y Caperucita se quedaba sin fiesta.



Pero esta vez las cosas eran distintas. Caperucita había planeado esto en cada uno de los trescientos cuarenta y siete mil novecientos doce viajes que había hecho por el bosque para llevarle comida a su abuelita. Y estaba segura de que su idea no podía fallar. Pero igual estaba nerviosa. Miraba el reloj que estaba en la pared a cada rato. Cinco menos veinte, cinco menos cuarto, cinco menos diez…

Faltaban unos minutos todavía. Porque en la tarjetita Caperucita había puesto bien claro:

Te espero el próximo
sábado a las 17 horas en la
biblioteca, para festejar mi
cumpleaños. No faltes.

Sobre la mesa estaba la torta que le había preparado su mamá. Con mucha crema y con frutillas.



Exactamente a las cinco, golpearon TOC-TOC a la puerta.

Emocionada, Caperucita se acomodó la caperuza roja y fue a abrir.

—¡Feliz cumpleaños! —le gritaron las madrastas de Blancanieves y de Cenicienta, el Hada mala que había hechizado a la Bella Durmiente, un par de Brujas, ocho Ogros, un Dragón…

No faltó nadie. Ni el lobo, que llegó un poco más tarde y le trajo de regalo un ramito de flores del bosque.

El irritador Fernando Sorrentino

ir a la plaza de Mayo!

—¡En ningún momento hablé de la plaza de Mayo! ¿Cómo se lo tengo que decir? ¿Usted no entiende el idioma o todavía está medio dormido?

El señor enrojeció; vi cómo su mano derecha se crispaba contra la manija del maletín. Me dirigió una frase que es preferible no repetir y se puso en marcha con pasos rápidos y violentos.

Daba la sensación de estar un poco enojado.


Aniversario, del heterónimo Álvaro de Campos

En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños,
yo era feliz y nadie había muerto.
En la casa antigua, incluso mi cumpleaños era una tradición de siglos,
y la alegría de todos, y la mía, estaba asegurada con una religión cualquiera.
En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños,
tenía yo la gran salud de no entender cosa alguna,
de ser inteligente en medio de la familia,
y de no tener las esperanzas que los demás tenían por mí.
Cuando llegué a tener esperanzas ya no supe tener esperanzas.
Cuando llegué a mirar la vida, perdí el sentido de la vida.
Sí, lo que supuse que fui para mí,
lo que fui de corazón y parentesco,
lo que fui de atardeceres de media provincia,
lo que fui de que me amaran y ser yo el niño.
Lo que fui —¡Ay, Dios mío!—, lo que sólo hoy sé que fui…
¡Qué lejos!...
(Ni lo encuentro…)
¡El tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños!
Lo que hoy soy es como la humedad en el corredor al final de la casa,
que mancha las paredes…
lo que hoy soy (y la casa de quienes me amaron tiembla a través de mis lágrimas),
lo que soy hoy es que hayan vendido la casa.
Es que hayan muerto todos,
es que haya sobrevivido yo a mí mismo como un fósforo frío…
En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños…
¡Qué amor mío, como una persona, ese tiempo!
Deseo físico del alma de encontrarse allí otra vez,
por un viaje metafísico y carnal,
con una dualidad de mí para mí…
¡Comer el pasado como a pan con hambre, sin tiempo para mantequilla en los dientes!
Veo todo de nuevo con una nitidez que me ciega para cuanto hay aquí…
La mesa dispuesta con más lugares, con mejores dibujos en la loza, con más copas,
el aparador con muchas cosas —dulces, frutas, el resto en la sombra bajo lo elevado—,
las tías viejas, los primos diferentes, y todo por causa mía,
en el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños…
¡Detente, corazón mío!
¡No pienses! ¡Deja el pensar en la cabeza!
¡Oh Dios mío, mi Dios, Dios mío!
Ya hoy no cumplo años.
Perduro.
Se me suman días.
Seré viejo cuando lo sea.
Y nada más.
¡Rabia de no haberme traído el pasado robado en la mochila!...
¡El tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños!