jueves, 28 de noviembre de 2019

Pantomima
Cuando lo vi en la calle, me reí.  La cara pintada de blanco, desalineado. Aguardando los coches al otro lado del semáforo.
No era la primera vez que veía uno. Recuerdo el día que me llevaron mis padres al circo. Las manos pegajosas por los pochoclos, el algodón de azúcar. El desfile de payasos.
Pero esté, exclusivamente esté, me hacía sentir distinto. Solo quería mofarme de él.
Estaba próximo al cruce de la avenida de tenerlo cara a cara. Se me había ocurrido la idea de esparcir el contenido de la botella que llevaba conmigo sobre su cabeza. Salpicarlo de tal manera que le removiera su maquillaje.
Me miró directo a los ojos. Parecía que el condenado mimo podía leer mi mente. Recordé, lo recordé. En mi infancia, en el circo,  me había clavado la mirada, lo que atrajo a mis peores pesadillas.
Quise pasar de largo, olvidarlo todo. Él pasó su mano delante de mí. A mi espalda, a mis costados. Me rodeó. Me encerró como jaula entre paredes transparentes.
Apenas podía moverme, girarme. Los transeúntes me miraban como una especie de broma. Se reían frente a mi cara de horror. Los segundos parecían horas. era un animal atrapado y a su merced. 
Un Ford gris a toda velocidad sube la vereda y se estrella. El mimo desaparece debajo de las ruedas. Un grito desesperado y sangre en todas partes. ¿Fue Premeditado?, ¿Fue venganza? Dicen las noticias en la tv. No quiero llorar. Enmudecido, tomo de a sorbo la taza de café en la comisaría.


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