jueves, 14 de noviembre de 2019

avion

Y el día finalmente llegó, tras haber pasado la madrugada obsesionada con tantas carpetas, donde se descubre un singular papel celeste, el de sus próximas vacaciones, entre hojas de trabajo tedioso, Sofia tomaba feliz el colectivo al aeropuerto.
Cada tanto miraba su reloj, o perfilaba sus dedos por el abalorio de su llavero. Un rubi brillaba en la espalda de un cocodrilo. Regalo de su novio. Recordó sin querer esa noche, la cena en el restaurant y mas que nada él había confundido sus flores favoritas, botones de oro, con dientes de león.
El inutil mozo, viejo y calvo, no aportó nada a esa velada. Claro, en ese momento Sofía no comprendía la situación. Ni la reacción extraña del calvo, ni la de su novio, Roberto. La repentina necesidad de salir de ahí, con falsas excusas. La llegada tarde de los platos y la ocurrencia del mozo de pasar a cada minuto frente a la mesa.
Roberto me dirigió una mirada larga y reticente. No era la hora normal que llegara a casa, ni de él ni mía. El calvo se cubrió en sabanas. Junto su ropa. Corrió al baño.
Me mirabas. El rostro níveo, sin expresión. Quería. No, no lloraría. Pensé rápido.
- Llegaste, viste mis carpetas, mi pasaje en avión y.. ¿Lo hiciste a propósito? -Dramaticé.
Sofía tomó su escondida maleta del fondo del armario, las asignaturas de la mesa y salió. 
La perra en el patio, la que detuvo el encuentro entre Roberto y el calvo, como alarma y presencia de su dueña, festejó su encuentro. Sofía no le quedaba nada más que hacer ahí. La ató, la besó, la dejó.

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