jueves, 10 de octubre de 2019

Viaje
La abuela se fue a Islandia - Dijo el Dinosaurio de juguete.
Si, por eso la carta de despedida - acoto la dentadura postiza dentro del vaso lleno de agua.
Lucia los escuchaba mientras encendía el mechero de juguete, ya lista la mesita de té. Las tazas de cerámica con flores eran su juguete favorito, esas que la abuela Tita le había regalado en el último cumpleaños.
- No, no es así. Gruño mientras jugaba que era una detective. Yo escuche cuando mamá dijo que le dio un paroxismo.
- ¿Y qué es eso? pregunto el dinosaurio.
- ¿Algo que se come? Si yo me quede acá... -Dijo la dentadura postiza. - Estuve todo el tiempo en la mesa de luz.
- Por eso, ¿Como se iría a vivir a otra parte sin dientes para comer? Cuestiono, mientras tomaba un lápiz azul y dibujaba un corazón en la mesa.
De repente pidió silencio al escuchar ruidos en la sala.
Despacito Lucia abrió la puerta. Saltó a las piernas de la madre que sollozaba sosteniendo una foto donde sonreía junto a su madre.
- Yo nunca me iré ni a Islandia ni a Paroxismo. No llore má.
Dejo la fotografía, se secó las lágrimas.
- ¿Y si hacemos unas galletitas?

Serenidad
Me esperaba en la puerta trasera del hotel. Nos escaparíamos de la ciudad en cuanto se apagarán las luces y cayera el toque de queda. 
No en vano junte aerosoles antes que los explotaran en la gran quema. Mas que necesario era grafitear la ciudad. Expresar lo que está mal y se nos oculta. Pero nunca pensé en tener compañía. Ni enamorarme. Esos ojos azules y esos labios que pedían la libertad a gritos. Hace tiempo que nos conocíamos en un grupo opositor al sistema y no habíamos cruzado palabra alguna.
Esa noche conversamos, sonreímos, nos tomamos las manos. Era cuestión de tiempo para el desengaño compartido. Después de todo, ambos éramos demonios intentando terminar con la tranquilidad de Dios en su tierra.

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