viernes, 25 de octubre de 2019

Me despierta un terrible ardor. Una quemazon en mi muñeca. A mi lado yace un desconocido boca arriba.
Mi mano está vendada, me duele la cabeza. Me abrazó las rodillas y lloro. Me balanceo. La alarma es lo ultimo que recuerdo. Ahora, en una habitación similar a la de un hotel. Miro al frente. La luz tenue, rojiza no me deja ver lo suficiente. Mis manos chocan con una superficie plástica,  transparente. (Ubicación)
Grito. No me escucha. Se ríe.
Pero noto al hombre trajeado sentado con un vaso de whisky en la mano. Me mira y se relame.
Camino hacia el. Necesito respuestas. 
Mi escándalo despierta al desconocido de la cama que se levanta frenético. Se agarra la cabeza y  lo reconozco que es Pablo, el repositor del supermercado que.. Una voz mecanizada irrumpe: -Todo lo que ven es suyo. Son libres de usarlo siempre y cuando la persona reflejada haga exactamente lo mismo. No podrán comer, beber o dormir sin que la persona que verán al otro lado lo haga. A tal efecto en su muñeca poseen alertas que van desde sonidos hasta choques eléctricos. Renunciar no es una opción. Verán que pronto se acostumbran.
-Que!? Cómo!?
Un pitido atraviesa mi piel. Debo acostarme en la cama. Con el último aliento extiendo los brazos y todo se calma.
Pablo, se acerca a mi. Me empuja sin fuerza y caigo desincronizada. La electricidad me paraliza y pierdo la conciencia.
Me levanto. Ella había esperado mi reacción sin moverse. El hombre trajeado no estaba en la habitación.
Nos miramos, nos acercamos a la pared. Reconocí la habitación idéntica en su mayor parte. Me sentía en una casa de muñecas dividida a la mitad.
La apariencia no era exacta, pero éramos demasiado similares, como dibujados por la misma tinta. La mujer apenas parecía mayor que yo, llevaba ropa más fina que la mía. El hombre con corbata parecía de un alto cargo ejecutivo empresarial. Su cabello apenas dejaba entrever las canas. Podríamos haber sido un espejo, claramente. Ahora estábamos condenados a serlo. Mi mente no dejaba de divagar, este hombre debió pagar todo. Pero, ¿por qué?
Quise saber su nombre, su origen. No había forma. 
Pablo vuelve desnudo. Tiemblo. Me dice que me devestirá y tendremos que bañarnos juntos. 
Entiendo que intenta anticipar los movimientos del hombre de traje. 
Me toca los pechos, me los cubro. Ella corre al baño y enciende la ducha. 
Cenamos. Tomaba atenta el vaso en medida que Ana lo hacía. Nuestros cubiertos eran de plástico. 
Ella, a quien llamé Ana, porque me recordaba levemente a mi hermana, comprendía el funcionamiento de este sistema, por lo que intentaba accionar lentamente y hacerme distintas señas para que pudiera seguirla.
Pablo estaba más irritable, el hombre de traje al que debía seguir nada le importaba. Hacia todo rápidamente solo para ver cómo el sistema de alarma transmitía distintos niveles de dolor. De momento a otro la empuja de la silla, se satisface escuchandome gritar de dolor. Luego tira el vaso y lo lamo del piso. Pablo apoya su pie levemente en mi cabeza, intenta no lastimarme. Quisiera que el hombre de traje fuera así con Ana. Luego fue el inodoro. 
Tenía que desvestirme seductoramente frente a él. Si no era dormir en la ducha o bañarme con agua helada. Empujarla para que la alarma suene en mi piel.
Verlo masturbarse. Ensuciarme la cara. Aguantar el llanto hasta que se durmiera y huir al baño.
Voyeurismo. A la tercera noche él la violó. Sentía sobre mí sus ojos. Quería llorar, quería huir, y no era posible. Tenía que esperar a que todo terminara. 
Todos los días serían iguales. Ana lloraba en la ducha y yo, no podía dejar de pensar en mi familia. Pablo estaba cansado de repetir el día a día. No me dirigía palabra alguna para evitar posible castigo.


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