lunes, 30 de septiembre de 2019

bola de espejos

Anestesiados, llegamos al sitio esa madrugada. Se había inaugurado una nueva edificación en forma de cúpula. Similar a una bola disco, con espejos en el exterior que hacían imposible observar lo que ocurría internamente. Éramos los elegidos para vivir ahí.
Ambos, por esas casualidades de la vida, estábamos de compra en el mismo supermercado cuando sonó la alarma y una bomba de gas nos durmió.  Nos examinaron minuciosamente antes de implantarnos un reloj digital intramuscular. Esa tecnología que permite tener acceso a distintas aplicaciones solo girando la muñeca.
Despertamos dentro de la magnífica casa. Sobre una cama matrimonial, en una perfumada habitación llena de armarios con ropa meramente elegante. Un baño enorme con jacuzzi en la primera puerta, la segunda daba al salón principal. Quería seguir viendo y llegar a la cocina, pero la luz era tenue y no lo permitía. Todas las paredes eran de un plástico transparente, como si fuera una casa de muñecas abierta a la mitad. No se veía persona alguna en ese mundo reflejado, claramente inverso.
Estábamos solos, cuando conocí su nombre, Pablo, pero no pudimos conversar más. De los altos parlantes del minicomponente se escuchó una voz mecanizada.
-Todo lo que ven es suyo. Son libres de usarlo siempre y cuando la persona reflejada haga exactamente lo mismo. No podrán comer, beber o dormir sin que la persona que verán al otro lado lo haga. A tal efecto en su muñeca poseen alertas que van desde sonidos hasta choques eléctricos. Renunciar no es una opción. Verán que pronto se acostumbran.
Se prendieron todas las luces a la vez. Nos miramos, teníamos miedo.
-Quizás no sea tan malo. Observó Pablo. - Estar en este lujo... quizás sea simple. Solo tenemos que cumplir en el día con las tareas y a la noche podremos beber y actuar normalmente mientras duerman los otros.
No tenía palabras que decir, era un completo desconocido con quien tendría que convivir. A lo alto se escucha un helicóptero y pronto una pareja bajaría hasta el salón principal y nos veríamos cara a cara.
La apariencia no era exacta, pero éramos demasiado similares, como dibujados por la misma tinta. La mujer apenas parecía mayor que yo, llevaba ropa más fina que la mía. Mi atención fue a su muñeca que no llevaba el reloj impuesto. El hombre con corbata parecía de un alto cargo ejecutivo empresarial. Su cabello apenas dejaba entrever las canas. Podríamos haber sido un espejo, claramente. Ahora estábamos condenados a serlo. Mi mente no dejaba de divagar, este hombre debió pagar todo. Pero, ¿por qué?
El primer pitido se hizo sentir en la piel, debíamos ajustarnos a la otra persona simétricamente. Ella, a quien llamé Ana, porque me recordaba levemente a mi hermana, comprendía el funcionamiento de este sistema, por lo que intentaba accionar lentamente y hacerme distintas señas para que pudiera seguirla. Tomar la esponja, frotarse los cabellos, debía hacerlo. Aprender o recibir castigo.
Cenamos. Tomaba atenta el vaso en medida que Ana lo hacía. Nuestros cubiertos eran de plastico. No había ningún objeto punzante en la casa. Las esperanzas de remover el reloj se apagaban. Pablo cada dia estaba más irritable, el hombre al que debía seguir nada le importaba. Hacia todo rápidamente solo para ver cómo el sistema de alarma transmitía distintos niveles de dolor. Fue la primera vez que empujo a Ana, para satisfacerse escuchandome gritar de dolor.
Voyeurismo. A la quinta noche el hombre la violó. Sentía sobre mí los ojos de él. Quería llorar, quería huir, y no era posible. Tenía que esperar a que todo terminara.
Todos los días serían iguales. Ana lloraba en la ducha y yo, no podía dejar de pensar en mi familia. Pablo estaba cansado de repetir el día a día. No me dirigía palabra alguna para evitar posible castigo. "Debemos buscar la salida" escribió en el espejo Ana revisándose las magulladuras. Entendí que subiríamos al ultimo piso donde esta la puerta por la que ingresamos y nuestra única escapatoria.
Pablo se fue obligado a dormir la siesta. Por mas que quisiera no podría liberarlo. Me escabullí con Ana lentamente por los pisos superiores a la entrada del domo.
 Nos vimos el rostro al abrir la ventana sacudiendo la cabellera al viento de la tarde. Angustiada, sus lágrimas afloraron. Mientras la alarma sonaba, no pude conocer el sonido de su voz. Se lanzó sin más a la muerte.
 Me detuvieron con un choque eléctrico mientras veía esparcirse la sangre de la cabeza de Ana.  Mi shock era tan grande que no podía comprender lo que sucedía y me desvanecí.
Desperté vestida de finas ropas. A mi lado el hombre se servía un whisky. Frente a mí una pareja asustada nos miraba. Mi reloj ya no estaba, Pablo... No sé, no sé qué hicieron con él. Los diamantes en mi collar me encandilaban la razón. Sé que la culpa borrará mi sonrisa tarde o temprano.

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