sábado, 22 de julio de 2023

Solicitud

Era una rivalidad como ninguna otra. Algunos podrían decir que era del tipo "fuego contra fuego", pero para mí era "agua contra fuego". Hablo sobre el carácter fuerte de Ernesto y el manso de Fausto. Él, que se prendía a cazar cualquier animal salvaje, y él, un alma llena de paz. Sin conocerlos, incluso, por el color de sus ojos, se podría reafirmar cuál era cuál.

Siempre los miré de lejos cuando vivíamos en el pueblo. Antes de llegar a estos parajes y cruzarnos con su comunidad. Déjeme que avive el fuego y le cuente mi historia.

Soy una bruja, hija de Pachamama. He creado todo tipo de ungüentos y pociones para distintos dolores. Siempre nómade, ninguna tierra es propia en este vasto universo. Sé que no me entenderá, pero tenga presente que viaje tanto y por tantos rincones que, una vez más, me trajeron aquí. Nos trajo aquí.

En aquel pueblo todo lo corriente sucedía una y otra vez. El sol salía y se perdía en el firmamento como mi rutina. Solo escuchaba los murmullos de mis clientes sobre Fausto y Ernesto.

Hasta que apareció ella: Luisa. Su tersa piel y su fino rostro hacía enloquecer a los muchachos más jóvenes, y claro, todos la coqueteaban. Su sola presencia avivó el avispero. Ella los ignoraba y rehuía como el pobre aleteo de un pájaro lastimado, o como una brisa suave y caliente, que contradecía al viento. No pude evitar verla y conocerla. La hospedé ni bien percibí su alma de vendaval.

Por un lado, se hablaba de que iría tras la llama del corazón de Ernesto. Otros la imaginaban más bien atraída por las olas que sacudían la mente de Fausto. Mientras tanto, Luisa se mantenía callada, apenas mostraba su rostro por las ventanas y solo dormía cuando estaba a mi lado en el rancho.

Como se imaginará. Todos los ojos estaban en quién contraería matrimonio con ella. Si esa rivalidad entre Fausto y Ernesto terminaría cuando uno de los dos lograra hacer sonar las campanas de la vieja iglesia. Pero, ¿Quién sería el primero en pedir su mano? ¿A quién le daría el amor ese tornado de emociones?

Luisa pasó unas horas al día conociendo a ambos muchachos. Salía a una fogata en la noche, o a nadar por un lago calmo. Pescar o cazar, leer o mirar el paisaje detrás de las colinas. 

Ernesto y Fausto se cruzaron una mañana justo en la puerta. Escuché como discutieron y como quedaron en encontrarse y poner fin a los problemas. Dictaminaron el lugar, el día y la hora.

El rumor sonó y resonó en cada punta. Esa mañana todos, realmente todos, estaban en la plaza impacientes. Creo que algunos incluso durmieron ahí, para evitar perderse la riña. 

Llegaron casi al compás. Y sin decirse nada, se miraban. Se relojeaban. Casi no pestañeaban. El silencio era aterrador. La gente apenas susurraba la gran incógnita: ¿Usarán puños, cuchillos o pistolas?

¿Cree que me perdería tal espectáculo? Jamás. Me armé de un pequeño vallado y una mesa, Luisa me acompañaba subida a un caballo, y me encargué de armar apuestas. Ella estaba como una recompensa invaluable, hermosa y sonriente. Incitaba y persuadía a la multitud. Todo para que subieran la cantidad de monedas que me entregaban a nombre de uno de los combatientes. Cada monto iba directo hacia una bolsa que acomodaba prolijamente en un potro, el más rápido de mi rancho.

Ernesto y Fausto seguían en su contienda. Callados. Moviéndose lentamente en sintonía. Alejándose un poco, para acercarse luego. Hasta que la distancia se acortó. Uno levanto el ceño. El otro levantó la mirada. Levanto levemente el cuello. Movió un poco la cabeza para atrás. Ante todo el pueblo se dieron un beso. Los brazos se enredaban, se acariciaban, se buscaban. Nadie entendía nada y luego todos entendieron todo.

Las manos que esperaban la pelea se volvieron puños. El silencio fue callado a gritos. Una búsqueda de sangre, de eliminar esa vergüenza. Ya no eran ni serían más aceptados. No había cobijo para tal desgracia. El caballo se puso nervioso, había llegado la hora. Luisa me tendió una mano.

¡Suban! Grite con todas mis fuerzas. El potro se sacudió de golpe cuando sintió a los dos hombres. Cabalgamos y cabalgamos hasta llegar aquí. Porque los conocía y sabía que no seriamos rechazados.

Sí nos permite, Señor alcalde, sería un gusto dejar esa vida atrás y quedarnos. Haremos lo necesario para ayudar a esta comunidad.

 


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