martes, 22 de junio de 2021

He visto a las mejores mentes de mi generación trabajando en un call center – Miryam Hache

He visto a las mejores mentes de mi generación trabajando

    en un call center.

Destruidas y famélicas arrastrándose por las calles de un fin

     de semana

de furia y rabia

por no disponer más que esos días

para expulsar una libertad contenida sin tiempo

(fuimos sin tiempo, somos sin tiempo).

Y las he visto ser el fuego


que nunca se apaga,

aunque el flujo del capital les cierre las puertas,

una tras otra,

y las convenza,

cada día un poco más,


de que crecer es acumular tonalidades de cosas,

colores coleccionables de todos los plásticos,

de que el arte es el cielo


pero si no se sube a las nubes no existe.


Las he visto acumular libros y dejar de leer para siempre,

sumergirse profanas en la abundancia de la fragmentariedad

del conocimiento codificado en cientos de billones de bytes,

y las he visto queriendo ser bytes,

y las he visto venderse en aplicaciones de bytes,

y nos he visto orgullosas

de esta poderosa conexión intergaláctica a través

     de las pantallas,

grabarse los genitales y perderse en la web,

en las redes asiáticas y rusas

de retratos de genitales

de mi generación perdida en la web,

siendo-la web.

Deviniendo etérea pero reviviendo los paisajes y las caras

de nuestros abuelos

en postales vintage reencontradas en mercadillos

     de baratijas turcas,

distribuyendo maquinarias fotográficas de otras décadas

donde el arte se olía

y se palpaba,

y nadie devenía

millones de bytes

en aplicaciones reemplazables por sus clones provenientes

     de países

en permanente estado de emergencia

que expulsan

sucesivas

e interminables

olas migratorias sin destino,


las he visto llamar emergencia al arte que producían

     sus propias manos,

pintar magníficos murales anónimos.

No ser conscientes de lo que añoraban.


Las he visto hacer de la poesía una pura performance

     y multiplicar la belleza de las competiciones de slam

    por continentes enteros.


Las he visto copiar y expandir modas como incendios,

llamas que iluminan los vastos vacíos que habitamos.


Las he visto recorriendo a pie montañas y templos,

postrarse ante catedrales de otros cultos,

rezarle a la belleza.

Las he visto anarquistas, okupando pueblos abandonados

    en Italia y Francia y España.

Las he visto cultivando marihuana y huertos orgánicos

     en los resquicios de sus balcones al sol.


He visto

a las mejores mentes de mi generación


desahuciadas de sí mismas,


reconociendo la desposesión más absoluta,

no hay tentativa,

ya lo sabemos: no poseemos nada,

no somos nada, 

y hasta nuestros cuerpos le pertenecen al tiempo.


Las he visto replegadas sobre sus vientres entre las mantas,

apegadas a teléfonos móviles

esperando una respuesta,

las he visto contar los días que no han recibido amor,

que no han tocado piel humana,

ordenar a los amantes ya sin nombre en archivos de más bytes

por años y países de procedencia,

asistir a orgías sin culpas


en pisos compartidos, en fiestas de bosques, en cuartos

    oscuros.


Las he visto reconocer la transexualidad que siempre había

     estado ahí,

darle voz y nombre

y resistir

entre mares de ignorancia y violencia desde todos los frentes.


Las he visto dejar de utilizar las puntuaciones correctas

     porque han internalizado que los textos no se terminan,

que vivimos entre los huecos, que el sentido está entre

     las líneas

y que estamos todas en el mismo barco hacia ninguna parte,

los he visto amarrarse las piernas a colchonetas inflables

queriendo practicar bondage y yoga porque no había más

religiones posibles.


Las he visto a quienes han aprendido tanto de política

a través de internet

que se han sentido abrumadas por todo lo que sabían

y se fueron a beber.


A quienes han aprendido a automutilarse,

a construir casas de adobe y grandes jardines

    de permacultura,

a cocinar comidas exóticas de pueblos extintos,

a viajar sin dinero y a restaurar muebles traídos de la calle,

a quienes han aprendido a deconstruir los perniciosos

     ideales del amor romántico


a través de tutoriales de Youtube.


Las he visto enamorarse de youtubers.


Las he visto

en la más honda errancia

de país en país,

de trabajo de trabajo,

de cuerpo en cuerpo.

Las he visto modificarse el cuerpo como ninguna otra

    generación jamás en la historia.


He visto

a las mujeres de mi generación

criadas como silentes y muñecas, 

pero las he visto rebelarse y quemar escuelas vencidas

     y reinventar el lenguaje.


Y los he visto llorar

a todos

porque no les alcanza la piel,

porque no les alcanza la vida,

porque no les alcanza un poema

para expresar

todo lo que han visto.


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