miércoles, 12 de febrero de 2020

Casa de muñecas

Aún no puedo abrir bien los ojos. Me deslizó por la alfombra a cualquier dirección.
Intento levantarme y llevó mis manos a la fría pared. No siento su porosidad. Es lisa y suave como un espejo. Necesito verlo. Con mucha fuerza, abro los ojos y me sorprendo ante su transparencia. Es como un ventanal gigante y al otro lado se ve una habitación.
Rápidamente me doy vuelta. Observó el lugar donde estoy. La cama matrimonial, los grandes armarios. Es imposible no notarlo. De lado a lado son exactamente iguales. Todo situado espejadamente.
El dolor de cabeza vuelve.
Estoy sobre la cama. Al lado mío hay un hombre. Le temo y a la vez pienso que si lo despierto, podría saber que es lo que ocurre. A veces, el silencio aterra más que cualquier sonido. 
Las luces se prenden. Una alarma se siente en mi piel y huesos. En reflejo, nos sentamos y miramos al frente. En la cama, que pensé, vacía. Habían dos personas en ese  mundo reflejado, claramente inverso.
La apariencia no era exacta, pero éramos demasiado similares, como dibujados por la misma tinta. La mujer apenas parecía mayor que yo, llevaba ropa más fina que la mía. El hombre con corbata parecía de un alto cargo ejecutivo. Su cabello apenas dejaba entrever las canas. Podríamos haber sido pares de gemelos, claramente.
Todas las sensaciones corporales ahora tenían sentido, en mi muñeca se alojaba algún dispositivo capaz de darme señales eléctricas y sonoras tan sentidas a carne viva.
El primer pitido se hizo sentir. Debíamos ajustarnos a la otra persona simétricamente. 
Apoye mi mano izquierda sobre la madera de roble que estructuraba el techo de la cama. Lentamente precaví que debía girar mi muñeca más abajo. Lo mas minuciosa posible para contrarrestar el dolor que me inundaba. Tenia hasta los milímetros contados este lugar, con alguna tecnología que desconocía y de la cual no quería saber tampoco. Corporalmente eran las exigencias, podía llorar pero no limpiar mis lagrimas como quisiera. 
Ella,  mi copia, comprendía el funcionamiento de este sistema, por lo que intentaba accionar lentamente y hacerme distintas señas para que pudiera seguirla. De cualquier modo debía hacerlo. Aprender o recibir castigo.
Cenamos. Tomaba atenta el vaso en medida que ella lo hacía. Los cubiertos eran de plástico. No había ningún objeto punzante en la casa. El hombre de corbata hacia todo rápidamente solo para ver cómo el sistema de alarma transmitía distintos niveles de dolor. Llego a empujarla, creo que lo  satisfacía escucharme gritar de dolor. Se reía y tomaba todo a la ligera.
Voyeurismo. Acariciada la madrugada, el hombre la violó. Sentía sobre mí los ojos de él. Quería quería huir, y no era posible. Tenía que esperar a que todo terminara. Subido a mi, también lloraba el extraño. 
No habíamos podido mediar palabra. Desde el inicio de la pesadilla, metidos en nuestros dolores, enmudecimos. 
Hombres dormidos, me llevo al baño. Para mi sorpresa, su torso desnudo mostraba daños que distaban de varios días. Rasguños, mordidas, que databan de encuentros que alguna otra pareja debió asimilar noches anteriores.
Entendí, sin mediar palabras, que ella era la prisionera que peor la pasaba en este lugar. Revolvió el armario lleno de perfumes, el botiquin colmado de vendas.
Sentada en el inodoro, viendo como lo desparramado perdía sentido. Abrio grandes los ojos, tomé un espejo de mano, de dentro de una cartera, lo envolvió en una toalla. Lo lancé al suelo, levantó un fragmento y se cortó la muñeca.
  Me detiene un choque eléctrico. Mientras veo esparcirse la sangre, me desvanezco.
Desperté vestida de finas ropas. A mi lado el hombre se servía un whisky. Frente a mí una pareja asustada nos miraba

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