domingo, 21 de mayo de 2023

Avenida de la Alameda de Cristina Noguera (postales Campana)

Tengo noventa y cinco años, y por causas que no vienen al caso, viajó hasta la "misteriosa Bos Aires", como la llamó Manuel Mujica Lainez, y de pronto me encontré con un mundo raro, desconocido. Al regresar busqué el viejo álbum de fotos y allí estaba la postal que mostraba la avenida de la Alameda, me quedé observándola un largo reto, entrando en aquel pasado que formaba parte de mi juventud. En ese lugar se respiraba sueños de navegantes, de inmigrantes. Era como una alcazaba encerrada tras un murallón que la protegía de la bravura del rio que baña la costa. Agua viajera que rodeaba el paseo de la avenida como si fuera una gargantilla, inventario cromático que brillaba como el ópalo, inspiración de poetas.

Ese bulevar se engalanaba con álamos, sauces y ombúes, dando un matiz más al lugar. Éramos jovencitas llenas de sueños que paseábamos, seguidas por nuestros padres, disfrutando de la brisa del río, y en un punto del trayecto nos sentábamos a descansar en aquellos bancos de ladrillos. Tertulia de por medio, el ocaso llegaba.

Entonces irrumpía el carruaje de las familias, que era tirado por una yunta de zainos de andar cansino, como respetando nuestro deseo de postergar la partida. Muy de vez en cuando alteraba aquella monotonía el sonido de un motor primitivo, conducido por algún atrevido oficial inglés.

Y ahí, mirando hacia la costa, se hacía presente la obra del hombre con esos edificios sólidos, descoloridos, de balcones vacíos de flores, que guardaban historias pasadas y albergaban el futuro con aceras anchas con recova, refugio de alguna inesperada tormenta de verano.

Me resulta difícil salir ilesa de aquella postal, de la magia del ayer, para verte hoy bulliciosa y cubierta de cemento. ¡Hasta tu nombre te han cambiado!

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