martes, 28 de marzo de 2023

El día que mi hijo me pidió brócoli salte de alegría, no podía creerlo. Menos cuando al rato se apareció con una lista de vegetales enorme. Mi sueño de que comiera más sano y sin reproches se había vuelto realidad. 
No aguanté el fervor de mis emociones, así que, a la noche, después de que se quedará dormido, salí con el auto y con la hoja hacia los pocos comercios que aún quedaban abiertos. Me tomo un buen par de horas, pero estaba maravillada. Apenas pude guardar algunas cosas en la alacena, el cansancio me invadía cómo nunca y me fui a dormir.
A la mañana me despertó el ladrido del perro, estaba jugando con un repollo. Se habrá caído de la mesa pensé. Después vi al gato comiendo un poco de pepino y me tuve que levantar. 
Mi cara de asombro al llegar a la cocina debe haber sido para un meme. 
Sobre la mesa había una torre de calabaza, unida con plasticola a un par de zanahorias que hacían de muralla. Una acelga haciendo de puente levadizo. Unas papas pastaban brócoli junto a unas personitas formadas de rábano que jugaban al fútbol con los garbanzos. Los choclos como autos estacionados alrededor de la cancha. La alcachofa tenía su propio balcón de coliflor y una corona de rey hecha en servilleta de papel.
¡Click! Hace la luz del baño, no llego a darme vuelta y escucho que mi hijo me dice:
- Má, ya me aburrí. Podés devolver todo.

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