domingo, 28 de agosto de 2022

Tinta

Creo que fui del último grupo escolar que en primer grado se enseñaba a escribir con pluma estilográfica. Ese aparatito mitad birome, mitad demonio que funcionaba a base de un plumín filoso, y un cuerpo dónde se debía ubicar una especie de pila cilíndrica llena de tinta.
El cartucho de tinta estaba siempre cerrado mediante una pequeña bolilla plástica que se debía remover para usar la lapicera, o para iniciar una catástrofe.
Muchas veces volvía a casa con el bolsillo del guardapolvo azul por culpa de la tinta que correteaba libremente y siempre una nueva protesta de mi madre por juguetear con el sistema, por no guardarlo en la mochila o por alguna otra razón.
Así fue que un día se me ocurrió usar el bolsillo del pantalón. Si, justo ese que tenía un agujerito y que por casualidades de la vida, el envase de tinta cayó a mi media, y de mi media a mi pie.
Cuando llegue a casa y removí la media que pasó de blanca a azul, mi pie parecía salido de un capítulo de "Los Pitufos". 
Para evitar alguna discusión, le dije a mi mamá que me había golpeado, que me había salido sangre y que resultó que mi sangre era azul. Tristemente no me creyó, pero para mí era tan posible como real y al bañarme en el agua azulada pensaba en que escribía historias chiquitas, minúsculas y que alguien algún día las encontraría en una nube o escurriéndose en el agua de su bañera, y las disfrutaría.

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