domingo, 22 de diciembre de 2024

Tamara Tenenbaum "Escenas de un matrimonio (...)"

 No sé qué fantasía zen podría habitar para que esos momentos no estuvieran sobre todo dominados por el lenguaje, por las palabras que ellos eligieron y que se grabaron en mi memoria con su rítmica, palabras que no podrían ser otras, que no se pueden cambiar, porque como en la poesía, que siempre prefiere las repeticiones a los sinónimos, la música precisa de las cosas.  

Y sin embargo, si pienso en qué me llevo de las personas que más quise, pienso sobre todo en eso, en palabras: no en conceptos, no en aprendizajes que me hayan dejado, en conversaciones cuya música no puedo sacarme de la cabeza, que a veces ni siquiera sé qué significan ni por qué las recuerdo.

martes, 17 de diciembre de 2024

Kai corrección

Otra mañana, 
otro medio día...
mis ojos buscando tu silueta
como un lobo a la luna pura,
por su belleza,
Y que, entre sombras,
está escondida.

Necesito tu meliflua voz
que me salve del silencio oscuro y profundo,
cuál Eurídice, la luz en el Inframundo...

Busco tu tacto 
como las flores al sol, 
el décimo paso..

estamos a Salvo, mi vida,
somos ese libro escribiendose 
entre historias perdidas, 
Oculto en la biblioteca en llamas, 
en un recuerdo escondido. 
Un libro lleno de capítulos
Que dicen, "fueron felices",
pero sin un final.

viernes, 13 de diciembre de 2024

Graciela tiene dos superpoderes. Sabe detener el tiempo y sabe contar chismes. Quizás más lo segundo que lo primero y es que narrando la historia de la pobre Carmen y todo lo que le falta saber como protagonista, no tiene idea del lío que se le armará, y todo por silenciar un pensamiento amenazante. 
Graciela lo cuenta o podría contarlo, como vecina del barrio, chusma. Porque su narrativa va de eso, y de la parsimonia que pueden tener sus personajes ante la vida. Realista ante todo. Graciela, a diferencia mía, sabe que las historias se deben de sentir vividas. Que las emociones afloran en todos, y por eso quiso que no lloviera el día que Juan Pablo iría a una quinta con su padre. Los diálogos son pocos, pero justos. El escenario familiar está a la orden del día. 
Será que en un viaje a casa, deja la tercera persona para que la naturaleza del pequeño patio sea indiscutiblemente autobiográfica. Lo digo porque conocí su casa, pero me hubiera gustado también conocerla con sus 10 años.
 Tambaleo más con "la respuesta" porque no soy fan de los santos. A penas vi algunas veces en televisión lo que es una caminata a Lujan. Pero era tal cual, la búsqueda que lleva a muchos a patear sin cesar para encontrarse con un ser superior que los llene. Graciela no necesita eso. Ella solo con su personalidad brilla entre la multitud. Por suerte no se extiende al hablar con esas frases largas como en sus relatos. Tampoco se vive de comparaciones, aunque en algunas de sus historias utiliza metáforas que inspiran. Mi favorita es: "Llora como un diluvio largamente aprisionado en las fauces del universo." y para cerrar, debo acotar que Don Rodríguez, al igual que Graciela, detuvo el tiempo, tomo el pan bajo el brazo y siguió una vida feliz con su primer nieto.


lunes, 2 de diciembre de 2024

El incrédulo y el perro de Bonifacio Lastra

Estaba el incrédulo leyendo una Antología de cuentos fantásticos que le había recomendado una amiga espiritista.

Detestaba los cuentos de ese estilo, las novelas policiales y hasta las novelas comunes.

Insensible a la fantasía, le hastiaba todo lo que no fuera relato de cosas realmente sucedidas, y hasta le molestaba que la historia estuviese manchada por la leyenda. Aceptaba la poesía, sólo porque en ella encontraba belleza de expresión y exaltación de los sentimientos y pasiones humanas. También los temas religiosos, porque allí estaba infranqueable la barrera entre lo natural y lo sobrenatural.

Todo esto cavilaba, entre cuento y cuento.

Sonreía escéptico mientras leía y bostezó aburrido, tentado de arrojar el libro.

Tenía un hermoso danés, que echado al pie de la chimenea lo miraba con ojos humanos.

Chisporroteaba el fuego al arder la corteza de los leños, mientras llegaba desde afuera, el ruido del viento contenido por los grandes ventanales del salón.

Bebió un trago y dejó sobre la mesa el vaso en que se había servido su tercer whisky; cargó lentamente la pipa, la encendió y echó una larga bocanada.

Después reanudó la lectura decidido a terminar el volumen.

El perro empezó a restregar la cabeza en sus piernas. Lo echó varias veces, pero el animal estaba cargoso y empezó a molestarlo. Le dio, entonces, una patada en el hocico.

El animal aulló, lo miró con rencor, e irguiéndose después sobre sus patas traseras, le dio una bofetada y arrancándolo del sillón se ubicó en su lugar y comenzó a hojear el libro.

Primero creyó que estaba borracho o atacado de "delirium tremens". 

Pero cuando se convenció de que lo que estaba ocurriendo era real, se entregó sometido. Se echó al suelo, junto al perro, y empezó a ladrar.

martes, 15 de octubre de 2024

Laberinto by Max

Atrapados estamos. siendo una bestia o un tauro.
Apoteosis es como empezó este infierno.
Entre nosotros conseguiremos su asta y será nuestra bandera.
Que nuestra atalaya la tenga como trofeo.
Pero solo si llegamos escapar 
muro tras muro.
Hay que chequear, hay que escapar
De una manera u otra.
Escaparemos jóvenes o viejos.
Pedrusco semi inquebrantable, 
Paredes fortuitas,
¿Será un enredo o una trampa?
¿Que habremos hecho?
¿Habrá una fuga o siquiera entrada?
No importa, acá permaneceremos.

martes, 1 de octubre de 2024

TABAQUERÍA (ÁLVARO DE CAMPOS) Fernando Pessoa

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
cuarto de uno de los millones en el mundo que nadie sabe quién son
(y si lo supiesen, ¿qué sabrían?)
Ventanas que dan al misterio de una calle cruzada constantemente por la gente,
calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres,
con el de la muerte que traza manchas húmedas en las paredes,
con el del destino que conduce al carro de todo por la calle de nada.

Hoy estoy convencido como si supiese la verdad,
lúcido como su estuviese por morir
y no tuviese más hermandad con las cosas que la de una despedida,
y la hilera de trenes de un convoy desfila frente a mí
y hay un largo silbido
dentro de mi cráneo
y hay una sacudida en mis nervios y crujen mis huesos en la arrancada.

Hoy estoy perplejo, como quien pensó y encontró y olvidó,
hoy estoy dividido entre la lealtad que debo
a la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

Fallé en todo.
Como no tuve propósito alguno tal vez todo fue nada.
Lo que me enseñaron
lo eché por la ventana del traspatio.
Ayer fui al campo con grandes propósitos.
encontré sólo hierbas y árboles
y la gente que había era igual a la otra.
Dejo la ventana y me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?

¿Qué puedo saber de lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser esas mismas cosas que no podemos ser tantos!

¿Genio? En este momento
cien mil cerebros se creen en sueños genios como yo
y la historia no recordará, ¿quién sabe?, ni uno,
y sólo habrá un muladar para tantas futuras conquistas.
No, no creo en mí.
¡En tantos manicomios hay tantos locos con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna ¿puedo estar en lo cierto?
No, en mí no creo.
¿En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo
genios-para-sí-mismos a esta hora están soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, de veras altas y nobles y lúcidas-
quizá realizables,
no verán nunca la luz del sol real ni llegarán a oídos de la gente?

El mundo es para los que nacieron para conquistarlo
no para los que sueñan que pueden conquistarlo, aunque tengan razón.
He soñado más que todas las hazañas de Napoleón.
He abrazado en mi pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto más filosofías que las escritas por ningún Kant.
Pero soy y seré siempre el de la buhardilla,
aunque no viva en ella.
Seré siempre el que no nació para eso.
Seré siempre sólo el que tenía algunas cualidades,
seré siempre el que aguardó que le abrieran la puerta frente a un muro que no tenía puerta,
el que cantó el cántico del Infinito en un gallinero,
el que oyó la voz de Dios en un pozo cegado.
¿Creer en mí? Ni en mí ni en nada.
Derrame la naturaleza su sol y su lluvia
sobre mi ardiente cabeza y que su viento me despeine
y después que venga lo que viniere o tiene que venir o no ha de venir.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos al mundo antes de levantarnos de la cama;
nos despertamos y se vuelve opaco;
salimos a la calle y se vuelve ajeno,
es la tierra y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(Come chocolates, muchacha,
¡Come chocolates!
Mira que no hay metafísica en el mundo como los chocolates,
mira que todas las religiones enseñan menos que la confitería.
¡Come, sucia muchacha, come!
¡Si yo pudiese comer chocolates con la misma verdad con que tú los comes!
Pero yo pienso y al arrancar el papel de plata, que es de estaño,
echo por tierra todo, mi vida misma.)

Queda al menos la amargura de lo que nunca seré,
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico que mira hacia lo imposible.
Al menos me otorgo a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble al menos por el gesto amplio con que arrojo,
sin prenda, la ropa sucia que soy al tumulto del mundo
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú que consuelas y no existes, y por eso consuelas,
Diosa griega, estatua engendrada viva,
patricia romana, imposible y nefasta,
princesa de los trovadores, escotada marquesa del dieciocho,
cocotte célebre del tiempo de nuestros abuelos,
o no sé cual moderna -no acierto bien la cual-
sea lo que seas y la que seas, ¡si puedes inspirar, inspírame!
Mi corazón es un balde vacío.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco,
me invoco a mí mismo y nada aparece.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, la acera, veo los coches que pasan,
veo los entes vivos vestidos que pasan,
veo los perros que también existen,
y todo esto me parece una condena a la degradación
y todo esto, como todo, me es ajeno.)

Viví, estudié, amé y hasta tuve fe.
Hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por ser él y no yo.

En cada uno veo el andrajo, la llaga y la mentira.
y pienso: tal vez nunca viviste, ni estudiaste, ni amaste, ni creíste
(Porque es posible dar realidad a todo esto sin hacer nada de todo esto.)
Tal vez has existido apenas como la lagartija a la que cortan el rabo
Y el rabo salta, separado del cuerpo.

Hice conmigo lo que no sabía hacer.
Y no hice lo que podía.
El disfraz que me puse no era el mío.
Creyeron que yo era el que no era, no los desmentí y me perdí.
Cuando quise arrancarme la máscara,
la tenía pegada a la cara.
Cuando la arranqué y me vi en el espejo,
estaba desfigurado.
Estaba borracho, no podía entrar en mi disfraz.
Lo acosté y me quedé afuera,
Dormí en el guardarropa
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo.
Voy a escribir este cuento para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
quién pudiera encontrarte como cosa que yo hice
y no encontrarme siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente:
Pisan los pies la conciencia de estar existiendo
como un tapete en el que tropieza un borracho
o la esterilla que se roban los gitanos y que no vale nada.

El Dueño de la Tabaquería aparece en la puerta y se instala contra la puerta.
Con la incomodidad del que tiene el cuello torcido,
con la incomodidad de un alma torcida, lo veo.
El morirá y yo moriré.
El dejará su rótulo y yo dejaré mis versos.
En un momento dado morirá el rótulo y morirán mis versos.
Después, en otro momento, morirán la calle donde estaba pintado el rótulo
y el idioma en que fueron escritos los versos.
Después morirá el planeta gigante donde pasó todo esto.
En otros planetas de otros sistemas algo parecido a la gente
continuará haciendo cosas parecidas a versos,
parecidas a vivir bajo un rótulo de tienda,
siempre una cosa frente a otra cosa,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan cierto como el misterio de la superficie,
siempre ésta o aquella cosa o ni una cosa ni la otra.

Un hombre entra a la Tabaquería (¿para comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me enderezo a medias, enérgico, convencido, humano,
y se me ocurren estos versos en que diré lo contrario.

Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarro la libertad de todos los pensamientos.
Fumo y sigo al humo con mi estela,
y gozo, en un momento sensible y alerta,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es el resultado de una indisposición.
y después de esto me reclino en mi silla
y continúo fumando.
Seguiré fumando hasta que el destino lo quiera.

(Si me casase con la hija de la lavandera
quizá sería feliz).
Visto esto, me levanto. Me acerco a la ventana.
El hombre sale de la Tabaquería (¿guarda el cambio en la bolsa del pantalón?),
ah, lo conozco, es Estevez, que ignora la metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería aparece en la puerta).
Movido por un instinto adivinatorio, Estevez se vuelve y me reconoce;
me saluda con la mano y yo le grito ¡Adiós, Estevez! y el universo
se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza 
y el Dueño de la tabaquería sonríe.

sábado, 28 de septiembre de 2024

ravioles

Hay cosas que si las pensas una vez, no dejan de sucederte. En mí caso fue ver al gato atento con los pájaros del jardín cantando su melodia.
A partir de ahí, me quedé con la idea de cómo sería si por ejemplo unos ravioles me cantarán. Digo ravioles como puede ser cualquier otra pasta, carne, verduras, frutas, no sé. Lo que se come.
Y justo me vino a pasar un martes. pero no cualquier martes, sino el "martes" donde tengo que ir a conocer a la familia de mí novia. y no es cualquier familia, sino una muy complicada. ya estaba mentalizado que la iba a cagar.
primero por andar paveando media hora antes de salir y segundo porque soy yo.
Empecé informal, para sacarme los nervios. Le dije papá a mí suegro. La cara de mí novia, igual a la de toda mujer que pasa por alguien como yo. Fue exactamente esa que imaginas.
Lo siguiente fue sentarme en la mesa y requerir de mí chica cualquier objeto que estaba cerca pero me daba vergüenza tomar por mis manos.
Mí suegra ocupada en la cocina, mí sudor de pies a cabeza. Apenas podía oír la conversación sobre como algunos peces como los pez rayas bebés lucían tan similares en color y forma a los ravioles.
No quería pensar en pájaros y ravioles. Menos peces y ravioles. Y mucho menos en que sonido harían los pájaros, los peces y los ravioles para un gato doméstico.
Mí novia insistía que estaba ante una prueba, no sé cuál, que tenga precaución. Por momentos de que se quería ir.
Y llegaron los famosos ravioles. Eran un poco más chicos, un poco menos blancos. No sabía cómo evitar escuchar ese canto leve, ese suspiro melodioso de ave en el plato frente a mí.
Tomé fuerza. Apreté el tenedor para que silenciara ese ser y lo comí.
Su sabor era distinto, algún relleno de atún o similar. Medio aguado. Muy aguado. Me termine el plato frente a un extraño asombro de mis suegros y mí novia. Una sobre exaltación que resultó en mí suegro abrazándome, llamándome hijo y aceptandome como miembro en la familia.
Pero al mes o dos, pensé en como se sentirá meter los cuernos y estoy soltero de vuelta. Así soy yo.

divorcio

Nunca espere estar así, juntando cajas, despoblando un hogar.
Ya no quedaban más muebles que una vieja y tambaleante mesa con cuatro sillas, las necesarias para la ultima reunión. 
Vos, yo y los abogados. No había un nosotros, no había razones para cruzar miradas, pondriamos la casa de nuestros sueños a la venta. Dividiriamos las partes.
El sofa que nunca quisiste para mí. El radioreloj que odie con su melodia noventera para vos.
No tuvimos tiempo para tener. No, no teniamos futuro juntos, como para encima castigar la vida de un otro. Un infante redondo y tierno. Que me llamé mamá, que me enseñe, nos enseñe a llantos a no discutir con violencia. Porque la mesa tambalea desde el día que enfrentó tu puño y mí silencio.
Pero aún así. Estamos. Otra vez, frente a frente, lágrimas y más lágrimas.
Fue cuando un lamento vibro en el suelo, como el ronroneo de un gato.
Una melodía familiar, de un cantante fallecido que me rememoraba tantas cosas. Todos quedamos atentos porque rebotaba en las paredes. El sonido era dentro de la casa, pero no quedaba equipo de música ni salía de ningún celular.
Qué otra cosa, puedo hacer, si no olvido, moriré y otro crimen quedará sin resolver. Lo susurré a medida que sonaba.
Era la casa que también se le rompía el sueño de ser hogar. Era una despedida, no, era un anhelo de olvidarnos también. De poder vivir feliz con la familia que la compré. Era o éramos parte del crimen. Y a nosotros nos quedaría, por siempre nos quedaría, un adios sin resolver.

viernes, 6 de septiembre de 2024

perfect days hilo

La historia sigue la estructura "Kishōtenketsu", una narrativa en cuatro actos que proviene de China y Japón.

Ki (introducción)
Shō (desarrollo)
Ten (giro, un elemento nuevo, una especie de caos en un mundo ordenado)
Ketsu (armonización)

Lo interesante de esta estructura es que la historia se construye a partir de la armonía, de la contemplación del universo, de entender cómo es y aceptarlo. En contraste, la narrativa occidental suele centrarse en los conflictos y en una pregunta dramática que debe ser resuelta.
Por eso, es tan común que en las películas del cine asiático se perciba que no "pasa nada". La estructura Kishōtenketsu se basa en aceptar el universo en su belleza, en contemplarlo y disfrutarlo tal como es, en lugar de desear que fuera diferente.

https://x.com/Jiajieyy/status/1832024231309082659?t=126M5l4QFMgokIxdtSdCag&s=19

martes, 13 de agosto de 2024

Pasos para casarse

Primero, y antes que nada, búsquese un hombre corpulento, o no tanto. Rico, o no tanto. Amoroso, eso sí. Cariñoso. En lo posible, valiente.

Segundo, salga con él. Haga citas. Desde un cine hasta el supermercado a hacer las compras. Conózcalo. Sepa su color favorito, qué música escucha. Si pierde el tiempo una vez al mes viendo el amanecer, si lloro de pequeño, si comía galletitas caseras.

Déjese conocer también, dese un tiempo. Para que aparezca esa sensación que le impida estar sola. Que lo extrañe. Que se despierte de madrugada pensando en su boca.

Entonces sí, llegamos al tercer paso. Cásese. De blanco si quiere. Busque una buena iglesia, un buen cura o pase directo por el civil.

Una fiesta enorme que invite a todo el pueblo, o una diminuta que solo estén los testigos, los padres y algún que otro metiche.

Le espera largos años de convivencia, alguna que otra pelea, y los hijos.

Recuerde y manténgase en sintonía, que si algo o todo falla, el próximo viernes daremos "pasos para divorciarse" a la misma hora, y en el mismo canal.


domingo, 11 de agosto de 2024

El matrimonio de Max Aub

 La sala era pequeña, pero muy amueblada: dos consolas, dos sillones, dos parejas dispares de sillas, dos vitrinas —la una alta, la otra baja, estrecha la primera, ancha al segunda—, dos cornucopias doradas y de edad dudosa, dos lámparas, la una colgando, la otra de pie. No había sofá, no cupo y descansaba frente a los pies de la cama, en el dormitorio.

El pobre marido estaba hundido en un sillón. Su contrito cuñado estaba apoyado en el marco de la puerta que daba al recibidor. Su triste concuñada apenas se sostenía con las manos en la mesa. Todo estaba en penumbra. María se moría. María era la esposa, la prima de la cuñada; rondaba los sesenta años, tenía unas ojeras tremendas, unas ojeras que le comían toda la cara, que no dejaban nada para lo demás. De estatura regular, de corpulencia media, menos la cabellera larga y descolgada (el orgullo de la casa). Sobrevestía camisón, que debajo llevaba numerosas chambras y refajos superpuestos en vano intento de vencer el frío; no venía éste de las afueras, sino de la muerte evidentemente próxima. La casa olía a col frita: no era cosa de momento, la casa olía a col frita desde hacía más de cuarenta años; cuando el matrimonio empezó a vivir ahí.

De pronto, en un arranque, la moribunda pudo con todos, nadie logró convencerla, ni sujetarla en la cama. Se levantó y se fue a la sala. Estaban todos muy conmovidos porque inmediatamente se dieron cuenta de que aquella mujer venía a despedirse —para siempre— de sus muebles, de todos los objetos que habían sido parte de su vida durante más de cuarenta años. El cuñado, largo bigote lacio, tiene los ojos enrojecidos y lacrimosos; desgracia no circunstancial pero, ahora, por vez primera —era una familia muy unida—, se daban cuenta de que en ese momento aquello estaba bien. Nadie se movía aparte de la futura muerta. Iba ahora de la vitrina pequeña a la vitrina grande, andaba con dificultad, pero sola. Había rechazado —todavía con fuerzas— cualquier ayuda. Andaba arrastrando las pantuflas que su esposo le regaló hacía diecisiete años, para la Navidad. Dicho sea en su favor, lo cierto era que las había gastado muy poco. Ponía las manos, las palmas de las manos, sobre los muebles, las dejaba allí, un momento, para luego arrastrarlas hasta el borde. Pasó frente a la ventana —que daba a un patio interior, pardo, oscuro— agarrándose al terciopelo verde pasado de los cortinones y llegó a la vitrina grande donde, tras unos cristalitos biselados, lucían unas porcelanas de leche brillante con filetes de oro; se quedó quieta mirándolas: eran de su abuela. Fue a la consola, pasando frente a su cuñado, al que miró y no vio, o no quiso ver, o no reconoció.

En la consola —negra madera, blanco mármol—, además de dos floreros de cristal azul, estaba el retrato del hijo único y su mujer: un retrato ya viejo, hecho en Buenos Aires, donde estaban hacía muchos años, escribiendo poco y sin ganas.

El pobre marido cambió de postura para seguirla con la mirada. Se daba cuenta de que de ahí a pocas horas, a lo sumo algunos días, se quedaría viudo. En su interior inexpresable siempre había sentido que acabaría viudo. La pobre señora seguía dando su última vuelta. Se paró frente a dos cuadros, dos cromos con marcos dorados: el uno representaba a Santa Ana, el otro una andaluza con peineta y mantilla blanca. Ambos tuvieron su pasadita de mano. Los tenía desde siempre. Era de lo único que había traído a aquella casa, no que fuese de condición inferior a su marido, pero, como era natural, él lo puso todo. Hacía más o menos cuarenta años que los veía como estaban colocados ahora: cada mañana, cada tarde, cada noche al ir de su cuarto al comedor o al revés, del comedor a su cuarto; que sentarse allí, en la sala, no lo hicieron mucho. Se quedó parada, vacilando. Su marido fue hacia ella, su cuñado dio un paso adelante. Pero la mujer rechazó la ayuda con indiscutible autoridad y siguió su ronda. Nadie se engañaba: se estaba muriendo. El esposo se quedó plantado cerca de ella, los pantalones caídos, por los tirantes desabrochados, sostenidos por la sola comba del vientre que tenía lo suyo, los pies en las pantuflas que su esposa le había regalado hacía dieciséis años, la cara abotagada, el bigote al garete, las manos encallecidas, las uñas negras de por sí. La enferma se había vuelto a detener frente a un espejo de marco negro desconchado. Un espejo con manchas, desteñido, medio muerto, donde las cosas se reflejaban distintas y con nubes. El pobre marido se creyó en la obligación de intervenir, mandar, recomendar —suave pero enérgico a la vez— que volviese a la cama. Su todavía esposa se le volvió cara a cara, lentamente, lo miró fijo durante un momento, que se hizo larguísimo al hombre, y luego —remontándose a una cima inesperada y feroz de desprecio— dejó caer unas palabras como un hacha.

—¡Quieto! No te he querido nunca.

Y se fue, todavía derecha, al dormitorio, a acostarse y morir en la cama donde había cohabitado más de cuarenta años con aquel señor. Fieles ambos como perros vigilados.

domingo, 28 de abril de 2024

Museo

 ¿Cómo podría decirle que no? Pobre de mi vecina, que su marido desapareciera así, sin decir nada. Lamentable la verdad. Novio mejor dicho, o no sé, creo que casados no estaban. Hacían buena pareja, eso sí.

Había pasado un mes o dos y tenía que llamar a la policía, no quedaba otra. Fue por eso que se apareció sin más en mi puerta con una caja. Me dijo que contenía dentro eso. No sé cómo decirlo. Juguetes. Pero no los normales. Perdón, me pone terrible hablar de esto. Me entenderás, esos para avivar la pareja, que se usa en la cama. No puedo, me da vergüenza. Eso debe haber sentido mi vecina, por eso me los trajo y me pidió que se los guarde, porque los detectives mirarían todo y una caja así bajo la cama, quiero creer que lo ocultaban ahí, sería muy mal visto.

Tampoco iba a cuestionarle mucho, la entendí al momento y solo le pregunté tímidamente como estaba en un momento tan difícil. Jesús parecía un hombre responsable. Divorciado y jubilado, no dejaba de ver a sus hijos. Siempre me pareció buena persona, incluso un caballero.

Me cuesta mucho contar todo, disculpe. Me entrego la caja marrón, sí, de cartón, la común. No me anime ni se me ocurrió abrirla. Me dijo ella que tenía bolas chinas y, sí, creo que me expreso un poco de que era lo que había dentro para que no me extrañe. Yo solo esperaba que este todo limpio, Dios quiera que no me esté dando algo con marcado tacto y que… Oliera. Pero no sentí nada en ese momento y lo guardé como correspondía en una habitación al fondo de casa, donde tengo varias cosas de mudanzas anteriores esperando moverse. Por eso la olvidé, y pasaron los meses.

La caja empezó a destilar un hedor que de a poco se pasaba por la pared hasta otros espacios. Intente no prestarle demasiada atención. La casa es vieja. Ya un par de veces habré encontrado una rata muerta. El gato juega, se aburre o la mata y queda en algún lado de la casa, el mismo la cubre o la entierra. No es algo lindo de ver, pero te acostumbras. 

En un momento se hizo insoportable el aroma y ya había dado vuelta la casa intentando encontrar de donde provenía. Todo indicaba que era el cuarto más alejado. Me pregunté mientras introducía la llave en  la puerta si entre los viejos adornos y los libros podría existir algo que pudiera pudrirse y me encontré con la caja, ya llevaba casi unos 6 meses aquí y fue que decidí acercarme. Sí, el olor provenía de ahí dentro. Fui a la cocina, tomé los guantes naranjas, junte valor y la abrí.

No había juguetes, sentí un pequeño alivio. No había nada que pareciera ilegal. Solo papel de regalo azul intentando ocultar un objeto envuelto en aluminio, el de cocina. Grité. Grité tan fuerte como pude y tome el teléfono. Era una calavera, un maldito cráneo humano. Mi corazón latía a mil por hora, pero tenía que llamarlos, aunque mi voz saliera entrecortada y costara respirar. 

No lo olvidaré jamás, oficial, no hay forma que olvide lo que vi. Estaba limpio, sin piel, sin ojos. Disecado como cadáver de un animal. Conservado como los que se ven en el museo. 



martes, 16 de abril de 2024

Fulgor

 Silencio. El tocadiscos se apaga. Las miradas se entrecruzan. Una vez más aguanto mi respiración. Porque si largo todo lo que debería decir, ¿Para qué me serviría? El hielo en el trago se mueve por el calor del ambiente. Pesado está todo, incluso el clima, reniego para mis adentros. No haces otra cosa que disparar tu mirada una y otra vez. Duele, ¿Lo sabes? Claro, muchas veces me detuve en esos ojos grises antes de pensar incluso en besarte. Pero no ahora. No nunca más.

La sesión se corta, la entrevista queda en nada. El disparador que debía ser esa vieja melodía de antaño no sirvió y una vez más tu cara de psicólogo tampoco. Me despido como cada encuentro, desorientada entre mi Yo y el amor. Dudar de si solo soy yo, no me da a esta altura de mi vida. Pero contarte mis emociones y mi pasado tampoco. Esa distorsión que dices que nombro un tal Freud, o mi cariño imberbe hacia el que veo como mi salvador. 

Perfume

 Me sentí incapaz, durante días, de hacer algo con aquello. Será por eso que lo segundo que resolví, luego de tenerlo un tiempo en el baño, llevarlo a la habitación. A la mesa de luz para ser más específica. Solo duro tres noches, porque verlo de temprano, a primera hora de la mañana, me ponía de terrible humor.

Ya sé que tendría que haber actuado antes, que las consecuencias, que esto y así. Pero esto no fue un accidente y nunca dire algo por el estilo... Es mi mente que no se calla.

¿Para qué darle más vueltas al tema? Pero tirarlo a la basura no solucionaría nada. Que las terapias NewAge me plantearían que sea positiva, que disfrute, que aclare mi mente. Mi vecina me opinaría lo contrario.

¿Qué diría mi mamá? No quiero ni pensarlo. Quizás, y en un tiempo, mi papá me perdoné, o al menos no se altere como la otra noche en la cena. Y eso que mi plan de un espacio público parecía bueno para que no grite, y ni modo, empezó con eso de que sufriría del corazón, se moriría, estiraría la pata por mi culpa.

A todo esto, aquello sigue aquí, en la mesa del living. Ya alucino que tiene vida propia y en cualquier momento me grita, o huye, tipo las opciones más comunes.

Ya sé, irá a un cajón. El cajón de la otra mesa de luz. Total, no va a volver y el test de embarazo, con sus dos palitos verticales, ganara su perfume como si se le impregnara el calor, o el amor de quien no lo quiso.

miércoles, 27 de marzo de 2024

Borges es Dios

Llamen Borges a todo
Llamen Borges a todos los espacios públicos, a las plazas, a los monumentos, a los centros culturales, a las calles, por que no? Entonces provocarían una escisión en el espacio-tiempo generando universos paralelos de magnitudes Borgeanas. Llamen Borges a todo, así nos encontremos en las intersecciones de la Calle Borges entre la cortada Borges para ir al centro cultural Borges. Nos vemos en la plazoleta Borges, frente al palacio municipal Borges y vamos a la costanera del río Borges. Nos esconderiamos en espacios públicos paralelos de universos opuestos, a debatir sobre cuestiones centrales, o baladies. Llamen Borges a todo así nos perdemos en fructuosas muchedumbres anónimas de características borgeanas. Oh proles espartanas, llamen a sus hijos Borges y rompamos el binarismo celestial de dioses paganos en luchas con tigres callejeros. Llamen Borges a todo, a lo etéreo y a lo infernal. 

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lunes, 25 de marzo de 2024

Una vez más

Tres, dos, uno. La alarma suena, la sincronización debe ser perfecta. Los alumnos comienzan a salir del aula, se forman distintos grupos en la puerta de la Universidad. Carolina se mezcla entre la multitud y comienza a llorar, arruinándose el rimel, una vez más. Camina unas cuantas cuadras hasta ver la entrada al subte y agiliza el paso en torno a las escaleras. Otra vez era 9 de octubre.
Carolina oprime su pecho y sus ganas de gritar se apagan. Pasaron apenas unos minutos desde que vio a Olivia, su madre, que la esperaba como cada mediodía desde la vitrina de un café cerca de la facultad. Sabe que se cruzaron las miradas, traga saliva. Ve como Olivia suelta la taza y sale deprisa del local. Intenta cruzar la calle con rapidez, y detenerle el paso a Carolina para al menos decirle algunas palabras. 
Su hija llevaba varios años tomando clases de una carrera que no le gustaba, repitiendo una y otra vez las mismas materias.

-Carolina, hablemos por favor...- dijo sacudida por los nervios.

- No hay nada que hablar, mamá.

-No me dejes así, no fue mi intención dejarte así.

- ¿Te referís sola y en la calle? - entre lágrimas cada vez más grandes y a la vista de todos.

Carolina aligera los pasos hasta el punto de correr. Consumida por la vergüenza, desaparece en la estación del subte. No era la primera vez que peleaba así, pero sí la última.

Dentro del subte, toma un asiento vacío y el espejo de su mochila. Se limpia el maquillaje corrido, se quita la peluca y respira profundo. Cierra los ojos con alivio. Vuelve a ser ella, vuelve a ser Soledad. Toma el celular y ve la foto de ella junto a Carolina. Mira la hora y oprime en el pecho tantas cosas. El calendario pasa, pero no pierde esperanza. Los años de terapia de su madre llegarán a su fin, y ese día dejará de vestirse como Carolina, su padre no la llamará más pidiendo seguir el engaño. Porque repetir una y otra vez el día que su hermana se tiró a la vía era agotador.

lunes, 18 de marzo de 2024

La cena

Mi primera prioridad siempre es la de volver a casa. Después del arduo día de trabajo, no puedo esperar para apoyar mi cuerpo en la más divina creación de Dios, la poderosa cama que todo alivia. Lo malo, lo horroroso, al menos para mí, se precipita en el medio, el intervalo donde debo ser, en efecto, ese ente alimentador del árbol de la vida.

La cocina siempre me pareció el calabozo de la casa. De niña estaba cerrado bajo llave, menos algunos sábados donde mi padre se dedicaba a quemarse y sacudir de risas la sala mientras preparaba sus victoriosas rabas. Ese día se almorzaba en la cocina, primero para que no se enfríen en el tiempo que se demora en llegar al living comedor, segundo porque así mi papá también podía comer entre tanda y tanda sin perder de vista el aceite.

Así, perdida en el cansancio y el recuerdo, la distracción de mi hijo contándome las hazañas de su día, el gato arañando al otro lado de la puerta pidiendo su alimento, la pasta se desparramó sobre la mesada. Mi primera reacción incorporada desde que los indígenas dominaban la tierra fue juntar los fideos de vuelta a la sartén. Pero ¿ahora qué hago? ¿Lo sirvo igual? No, no podría con el asco, porque soy así, por más detalladamente limpio que dejo todo, no puedo con mi ego y no podría comer sin sentir el estómago dando vueltas como barco perdido en naufragio. Lo mejor será que lo coma mi marido con mi hijo. ¿Puedo dejar que mi pequeño coma eso? ¿Y si se enferma, y si se intoxica? Si tengo que perder mi día de trabajo por tenerlo enfermo… simplemente no me puedo tomar el día, menos estas fechas tan activas y…

Mejor que no coma. ¿Cómo se lo impido? Ya sé. Le pondré algo extra que no le gusta como champiñones, así solo mi esposo lo come. Le daré a mi pobre niño lo que sobró de la cena de ayer, de paso hago espacio en la heladera. 

Entonces solo comerá mi marido. ¿No se verá algo raro? Me imagino que tendré que inventar alguna razón de que hice todo esto para él. Total nunca recuerda en que día del calendario está ni que fechas relevantes hay, incluso el cumpleaños de su madre se escapa de su cabecita, pero yo lo quiero así.

¿Y si se llena y sobra? Esto es para varias personas, no tendría que haber hecho el paquete completo, encima ya con la salsa de hongos se hizo más pesada la sartén. En cualquier momento llega del trabajo y ya escucho el sonido de mensaje en mi celular.

—Amor, tengo ganas de cenar pizza, ;) y compré un par en el camino a casa. Te amo.-

Solo espero que al perro del vecino le guste su cena gourmet: fideos con salsa de champiñones y pate para gato. 

viernes, 15 de marzo de 2024

Evacuando (Soltando)

Siempre fue estricto mi inconsciente para ir al baño, no es broma. Me despierta la sensación y el impulso para vaciar la vejiga a las 4am y a las 6am sin falta. Ese relojito interno siempre en marcha, a pesar de que me duermo profundamente. Pero ahora no, el "siempre" varió desde que se fue, y qué te puedo decir, en lugar de las 4am fui a las 3 am, no me resultó tan trágico, después el de las 6am paso a 7am y mis dudas aparecieron. 
Porque sí, dormir sola parece que cambió algo en mí. Ya no me duermo tan profundo, y definitivamente dejé de acostarme a la misma hora, porque los impulsos de mi mente imaginativa se extienden más allá de lo que puedo. Por más que me diga que si no lo pienso, ergo no existe.
Volviendo al tema, era de madrugada, ya ni las 3 ni las 4 en punto, si no a medias y en el agua del inodoro encontré una cucaracha. Estaba dada vuelta, observándome. Moviendo sus patas en pedido de ayuda o quizás solo intentando girarse y huir. Como todo en mi vida que huye. La miré atónita un par de segundos, no sé cuantos, pero mi registro físico y mis necesidades primordiales estaban a flor de piel. Y la meé. Hice pis encima de ella. No contenta con ello, tire la cadena y me volví a dormir. 
Solo a la mañana y con la taza de café caliente en mis manos, volví a pensar en eso. ¿Qué habrá sentido el pobre bicho cuando descendió sobre él una cascada tibia y amarillenta? ¿Qué parte de su ego le habré dañado? Pero la cucaracha no huyó de mi amor, yo descargué la cisterna. Y lo haría de nuevo.

jueves, 25 de enero de 2024

Script girl de Xurxo Melchor

21 abr 2011 . Actualizado a las 06:00 h.s

Me encantaban los cómics de Superlópez. Ese Superman hispano chapuza y cutre que en lugar de volar sobre la Gran Manzana lo hacía sobre El Masnou y Barcelona. Entre mis historias preferidas están sin duda El señor de los chupetes y La gran superproducción. Leyendo esta última fue la primera vez que vi un cargo cuyo significado estuvo muchos años dándome vueltas en la cabeza. La script girl. En el tebeo, la chica a la que le habían dicho que se encargaría de esa función no paraba de preguntarse qué demonios es una script girl. Y como en el cómic no lo aclaraban yo estuve muchos años haciéndome la misma pregunta. Tiempo después supe que es la que se ocupa de que la historia que se rueda tenga coherencia. Porque las películas o las series se ruedan de manera desordenada. Escena a escena. Y alguien tiene que velar porque a los personajes no les cambie la ropa que llevan, el peinado o tengan un botón de la camisa abrochado que antes estaba abierto. Una amiga de una amiga es script girl. Y hablando con ella de su trabajo empecé a pensar que la vida es también como una película o una serie. También se rueda de forma desordenada. Y a todos nos haría falta una script girl que le diese coherencia a nuestra existencia. Que nos recordase cada día, cada instante, que habíamos decidido no hacer tal cosa o tal otra. Que levantase la voz cada vez que volviésemos la vista atrás y nos entrasen ganas de desandar todo el camino. De caer por el mismo barranco. Lo he decidido. Quiero una script girl en mi vida.


Fuente: lavozdegalicia.es/noticia/arousa/2011/04/21/script-girl/0003_201104A21C12992.htm