lunes, 2 de diciembre de 2024

El incrédulo y el perro de Bonifacio Lastra

Estaba el incrédulo leyendo una Antología de cuentos fantásticos que le había recomendado una amiga espiritista.

Detestaba los cuentos de ese estilo, las novelas policiales y hasta las novelas comunes.

Insensible a la fantasía, le hastiaba todo lo que no fuera relato de cosas realmente sucedidas, y hasta le molestaba que la historia estuviese manchada por la leyenda. Aceptaba la poesía, sólo porque en ella encontraba belleza de expresión y exaltación de los sentimientos y pasiones humanas. También los temas religiosos, porque allí estaba infranqueable la barrera entre lo natural y lo sobrenatural.

Todo esto cavilaba, entre cuento y cuento.

Sonreía escéptico mientras leía y bostezó aburrido, tentado de arrojar el libro.

Tenía un hermoso danés, que echado al pie de la chimenea lo miraba con ojos humanos.

Chisporroteaba el fuego al arder la corteza de los leños, mientras llegaba desde afuera, el ruido del viento contenido por los grandes ventanales del salón.

Bebió un trago y dejó sobre la mesa el vaso en que se había servido su tercer whisky; cargó lentamente la pipa, la encendió y echó una larga bocanada.

Después reanudó la lectura decidido a terminar el volumen.

El perro empezó a restregar la cabeza en sus piernas. Lo echó varias veces, pero el animal estaba cargoso y empezó a molestarlo. Le dio, entonces, una patada en el hocico.

El animal aulló, lo miró con rencor, e irguiéndose después sobre sus patas traseras, le dio una bofetada y arrancándolo del sillón se ubicó en su lugar y comenzó a hojear el libro.

Primero creyó que estaba borracho o atacado de "delirium tremens". 

Pero cuando se convenció de que lo que estaba ocurriendo era real, se entregó sometido. Se echó al suelo, junto al perro, y empezó a ladrar.

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