No sé qué fantasía zen podría habitar para que esos momentos no estuvieran sobre todo dominados por el lenguaje, por las palabras que ellos eligieron y que se grabaron en mi memoria con su rítmica, palabras que no podrían ser otras, que no se pueden cambiar, porque como en la poesía, que siempre prefiere las repeticiones a los sinónimos, la música precisa de las cosas.
Y sin embargo, si pienso en qué me llevo de las personas que más quise, pienso sobre todo en eso, en palabras: no en conceptos, no en aprendizajes que me hayan dejado, en conversaciones cuya música no puedo sacarme de la cabeza, que a veces ni siquiera sé qué significan ni por qué las recuerdo.
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