sábado, 28 de septiembre de 2024

divorcio

Nunca espere estar así, juntando cajas, despoblando un hogar.
Ya no quedaban más muebles que una vieja y tambaleante mesa con cuatro sillas, las necesarias para la ultima reunión. 
Vos, yo y los abogados. No había un nosotros, no había razones para cruzar miradas, pondriamos la casa de nuestros sueños a la venta. Dividiriamos las partes.
El sofa que nunca quisiste para mí. El radioreloj que odie con su melodia noventera para vos.
No tuvimos tiempo para tener. No, no teniamos futuro juntos, como para encima castigar la vida de un otro. Un infante redondo y tierno. Que me llamé mamá, que me enseñe, nos enseñe a llantos a no discutir con violencia. Porque la mesa tambalea desde el día que enfrentó tu puño y mí silencio.
Pero aún así. Estamos. Otra vez, frente a frente, lágrimas y más lágrimas.
Fue cuando un lamento vibro en el suelo, como el ronroneo de un gato.
Una melodía familiar, de un cantante fallecido que me rememoraba tantas cosas. Todos quedamos atentos porque rebotaba en las paredes. El sonido era dentro de la casa, pero no quedaba equipo de música ni salía de ningún celular.
Qué otra cosa, puedo hacer, si no olvido, moriré y otro crimen quedará sin resolver. Lo susurré a medida que sonaba.
Era la casa que también se le rompía el sueño de ser hogar. Era una despedida, no, era un anhelo de olvidarnos también. De poder vivir feliz con la familia que la compré. Era o éramos parte del crimen. Y a nosotros nos quedaría, por siempre nos quedaría, un adios sin resolver.

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