Ana había dicho varias veces que no quería ser un peso, una carga. Por eso, con sus largos años como trenzas blancas, intentaba ocupar el mínimo espacio de la casa. Su jubilación ya no era lo suficiente para poder vivir por su cuenta. En realidad, era un tema de salud, pero no quería preocupar a su único hijo.
Primero decidió ir por lo más superficial y contarles a sus pocas amigas que cambiaría su dirección y que cualquier problema siempre estaría con el celular en mano. Que los muebles son duros y pesados para transportarlos, que los vinieran a buscar si los precisaban, que la maleta debería ser chica, que no se podía dar con vueltas y llevarse todos los vestidos y joyas. Así fue vaciando su vida de promesas.
Después quedaba comunicarse con José, su vecino, para que se quedara con el perro, que no necesita gastar mucho en él, que ya con su edad come poco y se la pasa acostado tomando sol. Sabe que lo extrañara, pero tiene que preocuparse por cuidarse ella misma, en esta situación y que promete pasar para verlo y darle unos mimos, son solo unas cuadras de distancia José, le dice y aclara su voz para que no se note por nada de mundo que florecen lágrimas en las arrugadas mejillas.
Ana se toma su tiempo para que las delgadas líneas de su mano agarren el teléfono y el coraje le permita, finalmente, llamar a su hijo, Leandro. Su decisión emergía con la pasividad que los años le habían enseñado a transmitir en el hilo de la voz. La soledad era un peligro en la gran casa que vivía y donde se sentía como un pájaro que olvidó que era cantar.
Cuidaré a mi nieto, en su cuna, claro, dijo. Tan hermoso el chiquitín cuando no comprende que sucede con los juguetes cuando cierra los ojos. Lo veré desde la puerta para no hacer ruido y despertarlo. No sé por cuantos años podre acunarlo sin que me pese, sin que mis piernas flaqueen y me insistan con sentarme. Por suerte en la habitación hay un sofá con un respaldo alto donde podré cantarle algunas nanas.
Ana sin querer hacía ruido. Con el bastón, con la radio, cuando suspiraba fuerte mirando la ventana. La habitación del niño, donde había decidido Leandro dejarla cómodamente hasta que el narizón deje de necesitar a cada hora a su madre, era incómoda. Primero porque el baño quedaba a una larga distancia e ir de noche tropezándose con las paredes, provocaba que todos se despertaran. Segundo porque la cocina quedaba bastante cerca y Julieta no quería a nadie extra mientras preparaba la cena. Ya tenía suficiente con pensar en que debía ser sin sal, con poca azúcar, un leve toque de ajo.
La casa era espaciosa, pero no hay lugar para alguien como yo, dijo Ana en plena cena, pero nadie le prestó atención. Julieta le daba la teta al niño y Leandro miraba el celular con cara de disgusto, peleando con alguien del trabajo o con un video que no se iniciaba a tiempo.
El tejido y la lana paso de silla en silla dentro del living. La TV siempre apagada, incluso cuando el nieto estaba despierto no parecía ser un buen momento para encenderla. Por la luz, el sonido, hasta los pájaros molestaban en esa casa. El bullicio de agujas yendo y viniendo, los anteojos colgados en el pecho tintineaban y ya con eso era suficiente para que los primerizos padres comenzaran levemente a levantar una tormenta.
Un día sintió más fuerte el peso de su espalda, como si tuviera frágiles alas petrificadas por varios días. Ana no podía molestar con su dolor. Ana no podía decir que tener ahora una cama frente al baño de servicio, la hacía sentir chiquita, sola. Ana no podía ser Ana.
Un día, en ese silencio incómodo, triste, Ana tomó su bastón y abrió la puerta para no volver. Camino lentamente por las calles que hacía tiempo no visitaba, reviso, sin ver, alguna vitrina.
Paso a paso llegó a una plaza, se sentó en una banca y sintió por primera vez que tenía todo el tiempo del mundo. Al fin era libre. Prendió su celular. Lo levanto a la altura de la vista, reconoció los números de sus amigas que le habían llamado, ya tendría tiempo de pensar en donde podría sentirse un hogar. Abrió YouTube y se puso a mirar un programa de cocina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario