A las 8 de la noche salió de la sesión de la psicóloga. Estaba cansada de escucharla decir lo mismo. Referirse una y otra vez a que debería cerrar puertas y abandonar ilusiones. Así, sin filtro.
Por eso bebió alcohol y esperó en vano a que la noche se la coma viva. No era la primera noche que se subia al escenario y deslizaba sus tristezas mientras agota la voz. Insinuar, en una vieja canción, aquello que guardaba, para luego, borracha de ideas, se acostarse a su lado.
Se desayunaba el silencio junto a sus migajas de amor. La resaca le invadía el pensamiento. Y él, que con café en mano, la miraba con ojos enamorados no sabía qué hacer ya.
Es que no están hechos el uno para el otro, le dijo el psicólogo, a él que había roto amistades y abandonado tantas oportunidades laborales por ella.
Ninguno tenía valor. ¿Será que es tan fácil como dicen? El decir adiós, incluso olvidar tantos años juntos, ¿Por qué era tan difícil para ellos dos?
No sé si se mudó primero él o ella, pero abandonaron una libreta azul con direcciones y una guitarra en un rincón.
Esa es la historia que conocí de los ex habitantes de esta vivienda.
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