lunes, 11 de agosto de 2025

El desayuno en silencio y yo pidiendo migajas de amor. Es que no estan hechos el uno para el otro, me dijo la psicóloga. Si lo conociera. La cara que pone cuando intento decir algo que suene siquiera a un adiós. 
Lo pensé tantas veces.. hay tanto amor en su mirada. Si lo conociera se enamoraría de él, como yo, se enamoraría.
No es que su apariencia lo sea todo. Es su sonrisa de costado, al despertar en la cama. Su respiración como ronroneo cuando la ciudad está en calma.
 Me miró al espejo y sé que me abandono y dejo perfumado, una parte de mí, en la habitación como la guitarra en el rincón.
Ojalá pudiera anotar en tu libreta azul otra dirección, decir que mis calles y las tuyas ya no se cruzan.
Me miras con esos ojos grandes y expectantes. Si te tuviera que poner una correa, diría que sería de gato. Con un cascabel que sonara como tu presencia al otro lado de la puerta.
Luchó tanto con pensar en que nos depará cuando nos separemos.
Que será de los dos cuando pueda hablarte.
Estoy de vuelta nombrando lo que no debo. Eso diría la psicóloga. Insiste que salga y yo salgo, de noche a un bar.
Otra noche, otro local. El anuncio en la puerta me llevo a entrar. Una noche de karaoke.

lunes, 4 de agosto de 2025

Mi mayor miedo

 ¿Estaba pronosticado lluvia aquel día? No lo sé. No existían los celulares en aquel momento. Mis zapatos calzaban mis 14 años. Me gustaría poder olvidarlo todo.

Era un campo, o una quinta. Un espacio al aire libre. El cumpleaños de 15 de mi compañera de secundaria debía ser alegre, pero a mí siempre me costó socializar, por lo que me escondía en algún espacio alejado cada tanto, para tomar coraje y resistir el tiempo que durara la velada. 

Mi memoria se vuelve una trampa cuando intento poner en palabras. Es como una puerta cerrada en los confines del pensamiento. Se me rehúsa el lenguaje, la palabra dicha, las emociones que desencadena el volver a exprimir ese viejo y gris espacio. 

Había un quincho, una cancha enorme de futbol con sus arcos blancos. Un Metegol, también mesa de ping-pong. Cosas que no son usuales en este tipo de fiesta que te piden elegante sport y te obliga a comer un horrible catering barato. Si quisiera al menos visualizar qué hubo en aquella mesa dulce o si existió alguna torta.

Recuerdo las luces de la ambulancia. La voz de un policía dirigiéndose a mi papá pidiendo que no estacionara por mucho tiempo el auto. Preguntando si era para retirar a una persona, que debía aguardar a que dieran el ok. 

Recuerdo las corridas hacia el pequeño techo del quincho que lucia como una casa antigua de paredes pesadas. Recostarme contra la pared, o la puerta abierta de color tan rojo vencido. Alguien gritó. Lo percibí por su boca abierta, por su mueca gigante y distorsionada. Para ese entonces mis oídos dolían y mis ojos mantenían un blanco turbio. Mi corazón se agitaba como un árbol desnudo de hojas.

No sé cuantos de mis compañeros estaban corriendo la pelota, ni como se formaron los equipos o si hubo tiempo de alegría en ese pasto alto y dibujado.

Quisiera olvidarlo todo. Por eso, la claridad con que podría dar en contar como una anécdota de mi juventud, carece de certezas. Mis manos tiemblan frente a lo reprimido.

Uno de mis amigos era el que tenía la pelota más cerca y que sonreía con toda la vida del mundo. A él, solo a él fue quien perdí. El rayo que hizo mover la tierra. El infinito tiempo que se tomó para dejarlo en migajas se grabó en mis ojos. Un terror ciego y crudo. 

Nunca sentí las gotas. Llovía. Mi cuerpo no estaba para sentir nada. No pude ser valiente. No volví a mirar atrás. Las tormentas, cuando son eléctricas y el cielo se prende, recuerda mi fragilidad. 

Dictaminaron una semana de clases por duelo. Alguien dijo que no quedo ningún cuerpo que enterrar. 

lunes, 28 de julio de 2025

asfixia

 La luz garabateaba los pocos muebles que quedaban en la casa, como un cementerio lapidado de cicatrices. El monstruo ha muerto y ella se imagina feliz, despierta, contemplando la mesa enterrada en recuerdos. Aquellas fotografías de antaño, de cuando su madre era humana y delicada, posando, con un vestido lleno de mariposas y flores. El viento se sacudía como una poesía o una canción de cuna a medio narrar. El cielo azul dolía frenéticamente en su mirada. Ella deseaba que se retratara su angustia. Ella pedía a gritos a un dios pagano que lloviera. 

Mientras se asomaban en las sombras volutas del cigarrillo, bebió un poco de cerveza amarga de tantos jirones que daba su vida. Todavía tenía que hacer largas llamadas telefónicas. Contar lo sucedido una y otra vez. Relatar como las sirenas de la ambulancia se detuvieron frente a su ventana. Como las ínfimas manos levantaron el cuerpo grotesco, gélido, para luego navegar entre las calles directo al nosocomio. Intentar, otra vez, no ver al animal envuelto en sabanas blancas, en el que se desconoce cada vez más su figura humana. Olvidar su bramido seco y ahora silenciado de tanto toser en la noche fría. 

Se sabía, si. Ya estaba enferma, si. No había nada más que hacer, sí. Repite ella y cuelga. Vuelve a marcar otra línea y vuelve a atravesar la ferviente noche en su mente.

Deseaba el silencio de las cosas. Modificar el tiempo. Como tendría que haber sido siempre. Sepultar el miedo a responder, la mirada al frente, la posición del cuerpo sutil, apretada, femenina. Esa que, a cinturonazos, le enseñó el monstruo. 

¿Quién era ella ahora? ¿No era hija dé? ¿Cómo se abren las fauces de una vida que nunca llevo? Conseguiría un trabajo, vendería todo lo que no necesitara de la casa, o la casa entera. Sí, la vendería a un precio que la dejara vivir lo que alguna vez llamo sus sueños. Esos que la llevaron a tomar la medida desesperada de cometer un crimen.


viernes, 11 de julio de 2025

Regresos de Wislawa Szymborska

Regresó. No dijo nada.

Pero estaba claro que le había ocurrido algo molesto.

Se acostó vestido.

Escondió la cabeza bajo la manta.

Encogió las rodillas.

Ronda los cuarenta, pero no en este instante.

Existe, pero sólo tanto como en el vientre de su madre,

érase que se era bajo siete capas de piel, en la oscuridad

protectora.

Mañana dará una conferencia sobre la homeostasis

en la cosmonáutica metagaláctica.

De momento se hizo un ovillo, se durmió.

Nana

 Se deshoja la margarita, se deshoja. 

Después de nueve meses que se posó 

ante ella la preciosa mariposa. 

Solo escribía cartas a la vida. 

Mensajes de amor a la vida. 

De esos senderos, 

donde era primeriza. 

Ella cantaba y la panza reía.

Su silueta cambiaba

y ella reía.

¿Quién iba a augurar

lo que sucedería después?

La margarita se deshoja en la mesa

donde su hija debía nacer.

Sangre que es río y cura

Sangre que es río y vida, huye.

Que nazca sana

que viva alegre

si la niña queda sin madre

los mensajes irán al dios de la muerte

la margarita canta una nana al viento

El que salva y guarde la escuchó en su canto

la margarita continúa luchando.

Amado sea el dios que la vida entrega

Ambas sonríen hoy

bajo el cielo estrellado.



martes, 17 de junio de 2025

Piedad

Pero el amor es más fuerte. Por eso lo atrapo con sus manos como garras de tigre. Respiro fuerte, el humo de su voz era insostenible. Debía gritar. Gritar su angustia y salvarlo. 

La tierra húmeda le impedía ponerse de pie. Se podía oler el terroso y apretado sonido de las gotas como si toda la lluvia del mundo cubriera la ínfima ciudad portuaria. Ella tocaba con su fría mano a la criatura gris. Si supiera darle aire boca a boca, lo haría. Sin lugar a dudas quería conectarse piel a piel con la calidez que su cuerpo emanaba. Ella estaba sola desde el comienzo, y lo sabía. ¿Por qué hacía todo esto, después de tanto odiarlo?, después de tanto condenarlo en viva voz cuando lo nombraba en el trabajo, y contarles a sus colegas, del animal que se coló en su vida, que insiste en ingresar a la casa, de usar el patio como arenero.

De los días que duro y duro la caída de lágrimas transparentes que dominaban sobre los humanos. La condenada lluvia que traspasaba sus límites naturales, recorriendo como rio las calles y silenciando vidas.

 La noche cuesta abajo como si el sol se hubiera despedido de esa tierra santa. Entonces ella como tigre preocupado por aquello que odiaba tanto. Esperando las horas desmedidas de tristeza para asomarse por la calle y llamar su nombre. El nombre que no tenía el callejero, pero que era fuerte y sonaba como propio de un animal que no tenía familia. 

Las calles desfilaban como bocas de ballenas abiertas y frías de tanta agua que no sabe si subir al cielo o bajar por las entrañas de la tierra y alimentar cultivos y semillas. Porque la inundación también da vida, se decía ella mientras evitaba hundirse en el fango.

Agonizaba la criatura, y ella también agonizaba. Todo era oscuridad, tanto por dentro como por fuera, para ella, todo era oscuridad. El cielo oscuro era Dios y la estaba castigando. 

Esa criatura le había entregado amor, le sabía buscar la caricia. Ella no entendía que esas experiencias eran parte de una muestra de afecto. Siempre perros en la casa se decía. Pero lo dejaba entrar cuando hacía frío, y le compraba comida.

¿Quién se necesita a quien cuando la naturaleza se pone la gorra y destruye aquello que debería amar? Por eso, cuando lo vio, lo envolvió en mantas, lo acaricio, mientras buscaba saber si respiraba. Lo abrazo cuando escucho un suave sonido salir de su pulmón. Ella lo abrazó fuerte, como su amor, que era tan, pero tan fuerte.

 

Romiku

lunes, 2 de junio de 2025

Dulce despedida

 A los 8 años aprendí varias palabras. Sentada, en la sala de espera, mientras mis papás hablaban con el veterinario sobre lavado de estómago, y provocar el vómito para que mi perro, Rulo, no volviera a caer un sábado de madrugada a timbrazos por un alfajor.

El domingo revisamos la cocina y las habitaciones para que no haya nada que se pudiera comer Rulo fuera de su alimento. Comenzamos a usar la alacena más alta para guardar las galletitas con chispas de chocolate y demás dulces. Por mi parte dejé de llevar golosinas de la escuela a casa, y me puse seria  persiguiendo a cualquier familiar que llevaba una torta de cumpleaños con chocolate, o algún tipo de bombón. Que no quedaran dulces olvidados sobre la mesa, sin vigilancia, para que no se cayera nada al suelo. 

Me decían que me preocupaba demasiado, que me había vuelto amarga y seria,  que precisaba ver a un psicólogo. Hay accidentes que no se pueden evitar, me repetían. No, no fue un accidente, pero no tenía cara para decir que le había entregado el dulce para que probara. No sabía la toxicidad. Probar un alfajor no debía provocar… No debía poder matar a Rulo.

No me importaba no festejar más reuniones, no tener huevos de Pascuas, no invitar amigos del colegio en casa. Cruzar por otra calle cuando salíamos a pasear, siempre con correa, porque abrió un kiosco en la cuadra que acostumbraba ir solo. Y yo, que supervisaba el suelo una y mil veces pensando en que podría encontrar un paquete brillante de alfajor.

Rulo conmigo estaba a salvo. Trece años pasaron de la espera en la sala de espera, del sábado de madrugada, donde casi perdí el alma. Hoy le detectaron esa enfermedad silenciosa. Una incomprendida mutación de una célula. 

El médico veterinario es el mismo y me recuerda, la esperanza de vida pende de un hilo, me dice, a partir de ahora sufrirá varios dolores y no será el mismo. Mientras me habla de una jeringa intento no escucharlo. Llevarlo a casa ya no sonaba a una alternativa. Le pedí a mis papás y al doctor que me esperaran unos minutos, qué salía de la veterinaria y volvía. Corrí, atravesé las calles sin mirar como recorrían las lágrimas mis mejillas.

Volví a tiempo con cuatro envoltorios, distintos sabores de distintas marcas. Mientras la inyección hace efecto, le doy a Rulo los alfajores para que disfrute. Él me ve a los ojos, y su mandíbula se llena de mouse negro con leche. Está contento, mueve lentamente la cola y yo aguanto el llanto y pienso que ningún perro debería ir al cielo sin haber probado el chocolate.

miércoles, 14 de mayo de 2025

 


Tengo que aguantar el impulso de llorar. Tengo que ser fuerte. Por mi hija debo ser fuerte. Lleva horas callada, apenas me mira. Estuvo seis horas en el quirófano. Seis kilos ocupaba de su cuerpo un tumor, desde el estómago hacia los costados colgaba.

Vine porque mi niña tiene un fuerte dolor de panza, le dije al doctor. Solo eso, un dolor de panza. La revisaron tantas veces. Qué análisis de sangre, que muestra de orina, que tocar aquí, que siente si le toco acá. Que si tuvo alguna operación anterior, otros síntomas, vomito, no sé doctor. Ya no sé qué más responderle, doctor. 

La vamos a tener que internar, dijo primero el doctor. La vamos a tener que operar, dijo después el doctor. Si por favor, salve la vida de mi hijita. Cúrela, yo rezare, doctor. Tiene a dios en sus manos, doctor.

Cuando la trajeron ya no era la misma. Ya no sé qué más decirle a mi hija en la cama del hospital. Como puedo hacer para que me hable. Si las enfermeras van y vienen, si su sonrisa se perdió mirando al techo. ¿No tiene frío, hijita? ¿No tiene calor, hijita? ¿No quiere conversar con mamá que guarda para dentro todo con un nudo enorme, enorme, para que no salga una lágrima y le sonría, hijita?

El tiempo pasa lento en esta jaula blanca apenas perfumada de alcohol. Todavía no volvió el doctor a verla. Miro por la ventana y pienso en el mundo que enmudeció. 

Tocan la puerta dos chicas que se presentan como estudiantes de enfermería. Dicen que le tomarán la presión y la fiebre. Apenas las oigo y afirmó con la cabeza. 

La joven toma un títere con forma de caballo y cuenta una historia a mí hija. Dice que perdió a su caballero y mira para los lados. Dice que mí hijita es la princesa perdida de un cuento y que si dice su nombre podría saber si era. 

Mí hija responde sonriente. Alegre. Soñadora al caballo. Quiere ser la princesa del cuento y mis lágrimas empiezan a desparramarse.

Ya no puedo respirar hondo y guardar todo. La segunda joven se acerca preocupada y yo la abrazo. No la conozco y la abrazo con fuerzas. Ella no puede entender todo lo que guardo dentro. Intento contarle entre lágrimas que mi hijita llevaba horas sin decir palabra alguna. 

Cuando el show termino y mi hijita abrazo al caballo. Contó que tuvo miedo. Que un tubo cubrió su cuello hasta hacerle doler. 

viernes, 9 de mayo de 2025

 Hay oscuridades que quedan adentro. (Más claro el trauma que lo marca) Casi palpables. Como el recuerdo de los consejos de mi madre cuando sabía que perseguía el sueño de trabajar de lo mismo que mi papá. Chofer desde la medula me decía, y yo sonreía.

Mi infancia transcurria (habitaba en el trayecto)  entre la escuela y el andén de la salida de colectivos. Recuerdo compartir un mate con los choferes, Aguardar con una sonrisa la llegada del último coche, Ver los pasajeros bajar, Ayudar a pasar la escoba. Los fines de semana me llevaba mi papá a pasear. El camino me sabía de memoria. Las rutas, los trayectos, los paseaba en mi mente los días. Con sabia educación saludaba a cada persona con un "Buen día". 

Hasta que lo enviaron a la capital. (?)

Nadie respondía al saludo. Todos apurados, amargados. Intoxicados por un gas que llenaba los pulmones intentando parecer oxígeno. 

(?) No hay forma que me olvide del accidente. De como la madre se sentó delante cuando le dije que tuviera cuidado. Del bocinazo atrás, y delante de mí. El incordio. La salvajada de pasajeros gritándome. La chiquilla en el suelo. (?)

La criatura está bien. (Mí mente alterada) Mi mente no.

Tampoco la crisis en la empresa. Conocí rostros apagados. Sentí el peso de todas las miserias que se puedan nombrar. Mi papá no perdió la licencia porque el abogado que se comió mis ahorros fue fanfarroneando con el juez. 

Otra vez en mi pueblo no volví a tocar un colectivo, ni soñar con ello.

Hoy en día conduzco con otros pasajeros. Con la cara alta boqueando, sin sonrisa alguna. Desorientados. Alguna veces me parece que están apurados por llegar. 

Pero sé que si choco saldrán huyendo por las calles. Llamarán la atención de los vecinos, y ninguno se fijará en mí. Cuchillo en mano, al menos sé que no seré faenado.

martes, 22 de abril de 2025

coraxon delatxr

 ¿Qué pasa en el final?

Confiesa el asesinato.

¿Cuál creen que es el efecto final? 

Cerrar el círculo que manejo desde el inicio. Habla del sentimiento de culpa. de su perfeccionismo (el tiempo que demora en hacer cada cosa está contado)

¿Creen que el narrador está loco? Si es así, ¿por qué cosas se dan cuenta?

Por momentos pienso que el narrador está loco, pero más se me da la idea de que fue cargo de conciencia y búsqueda de justificativos para matar al viejo. Sea porque es nervioso (angustia), como dice al inicio, que eso le afecta en su vida y el diálogo abierto (no sabemos a quién le habla) es una necesidad de un otro para contar sus problemas.

¿Cómo describirían la personalidad del narrador? En que detalles del cuento se ven esas características 

Tiene una sobre necesidad de hablar del mismo y mencionarse (I)

¿Consideran que el texto tiene un carácter oral o escrito? ¿En que detalles lo ven? ¿Por qué creen que Poe eligió escribirlo así?

El narrador en primera persona y el uso de repeticiones luce a un texto para carácter oral. También los símbolos de exclamación. 


Creo que el texto Poe lo comenzó imaginando "un reloj envuelto entre algodón" es la primera (de final a comienzo) metáfora que utiliza y lo más parecido a un latido de corazón si literalmente haces aquello. Un reloj antiguo, como aquella época, es imposible de apagar, incluso cambiando de habitación queda un susurro en casas realizadas en madera.

Con el razonamiento anterior (del cuento Nevermore) que haya diseñado la idea de los policías como introducción a una situación de muerte o de "esconder" es muy concesible. También que el final es una línea de diálogo del narrador, como ocurre con el nevermore, nombrando el que sería el título de la historia. (su horrible ´horroroso´ corazón).

El ojo de buitre puede ser 

El relato es corto, una sola habitación que no es necesario describir (los tablones de madera por suelo son común de la época). Su palabra favorita en esta ocasión fue LOUDER es el estribillo (más fuerte)

viernes, 7 de marzo de 2025

Insomnio

 Rogelio odiaba a sus padres. Si bien habían muerto hace varios años, le echaba la culpa de abandonar el campo de su vida para vivir en la ciudad.

Soltero de toda la vida, trabajando independiente en la notebook de su casa, sonaría como a  una vida normal y agradable. Pero no. Rogelio iba tres veces a la semana al psicólogo, al médico, al cardiólogo. Sus miedos aparecían a la noche, en la ruidosa ciudad no conseguía dormir y ni pensaba en tomar pastillas.

La situación de Rogelio iba más allá que cualquier tipo de angustia o fobia. Podía explicar, por ejemplo, en terapia su necesidad de adelantarse a los hechos. Como si pudiera afirmar las razones de todo. Porque los vecinos se pelean, porque pasean el perro a la noche, porque los colectivos se detienen sin semáforo o pasajero que suba o baje en la parada frente a su casa. Era que todos querían algo de Rogelio, pero no sabía responder qué.

Un aviso de una casa en venta lo reanimo, quizás la suerte estaría de su lado. Cambiar el ambiente y más que nada en el mundo, el silencio del campo, reanimaba su corazón.

Las cajas de la mudanza quedaron apiladas en el living, solo le importaba la cama y la cocina funcional. Rogelio la primera noche no durmió. Se quedó fijo presenciando la única luz prendida de una casa vecina. 

¿Está vacía y dejaron la luz por miedo a ladrones? ¿Hay alguien observándome allí desde una esquina que no puedo ver? ¿Será la razón por las que los dueños vendieron la casa? ¿Alguien me siguió desde la ciudad?

A la mañana Rogelio conoció a Verónica. No fue acto del destino, sino la insistencia tras los varios timbrazos del perseguido demonio interno.

La invito a cenar, tontamente. Le insistió. Otra vez gano. 

Rogelio no se comportaba como Rogelio. Pero aun con la felicidad de haber conocido una hermosa mujer. Tampoco durmió. ¿El amor también produce insomnio o era algo más profundo que le avivaba y le insistía que lo que sucedía no era normal? Ese pensamiento a contracorriente sabia arruinarle todo. Incluso el sueño.

A la semana Verónica entendió todo. Los problemas con el ruido, el insomnio, y que las pastillas para dormir en  realidad no le hacían efecto alguno contra el cerebro y los parpados de Rogelio. 

Por ello, la doceava noche de cena y vino, no solo lo beso, sino que también se quitó la ropa. Le entrego su cuerpo como quien saca el último as bajo la manga.

Rogelio durmió sereno, feliz y despertó contento, enamorado.

A su alrededor, las cajas de la mudanza desaparecieron, los muebles y equipos también. No había donde buscar a Verónica, si es que se llamaba así. 

Engañado y robado el corazón no dejaba de cantar una melodía dulce y picante. Su mente dibujaba una piel perfumada.

A la noche y de vuelta en su vieja casa en la ciudad, Rogelio durmió como un bebe.