Su torso color marrón y blanco como el café con leche que tome esa mañana gris.
Unas orejas puntiagudas, unos ojos amarillos que me observaban a mi y a todas las personas que esperaban ese ansiado momento.
Una estatura corta, tan corta, que bajaba lentamente las escaleras. Unos bigotes, si, tenía bigotes como hilos de guitarras blancos y negros.
Y cuando se acercó a mí con su alta cola vibrante me dijo una palabra inentendible: miau.
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