Cegado
Sabía los que me esperaba cuando vi el diente de león surgir de la maceta y no, no podía callarlo.
Lo
primero que noté extraño fue el desayuno. Ese privilegio que aún nos podemos
dar mis hermanos y yo. Las facturas estaban duras y añejas. Tomé la última medialuna, la
sensación esponjosa y suave, me dio un susto de muerte. Mis dedos pegajosos
del caramelo, un asco sin precedentes.
Le
siguió la lata de lentejas, nuestro almuerzo. Desparramo puras
semillas claras y relucientes. No quería asumir la situación. Menos pensar que
la lluvia ácida podría desaparecer y moriríamos contaminados
por el ambiente.
Apoyé
mi vista en el logo con forma del planeta Júpiter y su lugar
de origen figuraba Canadá. Me dio seguridad saber que no era de
acá. De algún modo atravesó la coraza gubernamental y esos
asquerosos pasaron su porquería aquí. Probablemente lo compró en mal estado y
ni se fijó eso mi hermano, pensé.
Mas
calmado, me puse las ojotas y salí a la nebulosa me traería
algo de paz. El aire tenía el fuerte olor del cuero viejo y la acritud del
papel antiguo.
El
descubrimiento fue producto de una serendipia o una desgracia.
Mi magnánimo corazón se rompía, no quería preocupar a mi familia, pero tampoco
podía evitar el insoslayable destino.
Debo
correr, encontrar la biblioteca nacional y buscar información de lo que podría haber pasado. Todo tiene una razón. Aceleró. Quiero olvidar la flor y no
puedo. Escucho pasos.
-
¡Nos están matando!
grito al cruzar la manzana atestada de gente.
Planeaba
decir lo que vi a un policía, llevarlo
hasta el macetero, o hacerlo noticia "El clima está cambiando" como
titular.
Miro
hacia arriba. No llego a recorrer con mis ojos el extraño y perturbador cielo
azul. Alguien me golpea. Me llevan, escucho voces y ya no tengo más que decir.
Escupo sangre y mis hermanos me levantan del suelo. Solo veo negro.
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