Neurótico
Tomó una hoja y escribió como si
a través de los dedos fluyera su alma. Era la milésima que iría derecho al tacho
de basura. Si bien la máquina de escribir le gustaba, su angustia yacía en esa página
en blanco.
Miró a lo alto de su escritorio, a la línea de libros. Tomó
un poco de aire y suspiró. El aburrido libro de Etología lo observaba, junto a un reloj de arena que creyó que algún día
le serviría de inspiración.
"No soy aficionado a la literatura" era la mentira
que solía repetirse a menudo. Única forma de salir vivo en las reuniones
familiares. La última vez que usó esa frase fue en una quinta, junto a la piscina,
mientras cocinaban carnes al disco. Decidió olvidarse de eso conforme fue, quedándose con una sola tarea en la vida, al igual que los policías, que se entregan por completo a su pasión.
Entró a la cocina, conectó la cafetera al enchufe y preparó unas tostadas con mermelada de melón.
Debía inspirarse. Observaba los grandes cuadros con tigres y la mesa
de cedro con innumerables laberintos. Levantó los libros que estaban a sus pies,
los que había lanzado exasperado horas antes. Primero tomó el que hablaba del
zodiaco y enumeraba las virtudes de capricornio y sus parecidos a la
primera letra del alfabeto hebreo, el Aleph. Le siguió un libro sobre una marioneta
y su búsqueda, similar a las leyendas del Gólem, de un corazón. Otro más y otro.
Nada. Nada servía en su afán de pretender ser él. Tantos
días en solitario, encerrado frente a la hoja en blanco. Llenándose de inútiles
libros.
No aguantaba más las horas en sepia. Nada de lo que había hecho, comprado, leído, le sonaba ya útil.
Por fin lo dijo a toda voz: Te odio Jorge Luis Borges.
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