lunes, 11 de agosto de 2025
lunes, 4 de agosto de 2025
Mi mayor miedo
¿Estaba pronosticado lluvia aquel día? No lo sé. No existían los celulares en aquel momento. Mis zapatos calzaban mis 14 años. Me gustaría poder olvidarlo todo.
Era un campo, o una quinta. Un espacio al aire libre. El cumpleaños de 15 de mi compañera de secundaria debía ser alegre, pero a mí siempre me costó socializar, por lo que me escondía en algún espacio alejado cada tanto, para tomar coraje y resistir el tiempo que durara la velada.
Mi memoria se vuelve una trampa cuando intento poner en palabras. Es como una puerta cerrada en los confines del pensamiento. Se me rehúsa el lenguaje, la palabra dicha, las emociones que desencadena el volver a exprimir ese viejo y gris espacio.
Había un quincho, una cancha enorme de futbol con sus arcos blancos. Un Metegol, también mesa de ping-pong. Cosas que no son usuales en este tipo de fiesta que te piden elegante sport y te obliga a comer un horrible catering barato. Si quisiera al menos visualizar qué hubo en aquella mesa dulce o si existió alguna torta.
Recuerdo las luces de la ambulancia. La voz de un policía dirigiéndose a mi papá pidiendo que no estacionara por mucho tiempo el auto. Preguntando si era para retirar a una persona, que debía aguardar a que dieran el ok.
Recuerdo las corridas hacia el pequeño techo del quincho que lucia como una casa antigua de paredes pesadas. Recostarme contra la pared, o la puerta abierta de color tan rojo vencido. Alguien gritó. Lo percibí por su boca abierta, por su mueca gigante y distorsionada. Para ese entonces mis oídos dolían y mis ojos mantenían un blanco turbio. Mi corazón se agitaba como un árbol desnudo de hojas.
No sé cuantos de mis compañeros estaban corriendo la pelota, ni como se formaron los equipos o si hubo tiempo de alegría en ese pasto alto y dibujado.
Quisiera olvidarlo todo. Por eso, la claridad con que podría dar en contar como una anécdota de mi juventud, carece de certezas. Mis manos tiemblan frente a lo reprimido.
Uno de mis amigos era el que tenía la pelota más cerca y que sonreía con toda la vida del mundo. A él, solo a él fue quien perdí. El rayo que hizo mover la tierra. El infinito tiempo que se tomó para dejarlo en migajas se grabó en mis ojos. Un terror ciego y crudo.
Nunca sentí las gotas. Llovía. Mi cuerpo no estaba para sentir nada. No pude ser valiente. No volví a mirar atrás. Las tormentas, cuando son eléctricas y el cielo se prende, recuerda mi fragilidad.
Dictaminaron una semana de clases por duelo. Alguien dijo que no quedo ningún cuerpo que enterrar.
lunes, 28 de julio de 2025
asfixia
La luz garabateaba los pocos muebles que quedaban en la casa, como un cementerio lapidado de cicatrices. El monstruo ha muerto y ella se imagina feliz, despierta, contemplando la mesa enterrada en recuerdos. Aquellas fotografías de antaño, de cuando su madre era humana y delicada, posando, con un vestido lleno de mariposas y flores. El viento se sacudía como una poesía o una canción de cuna a medio narrar. El cielo azul dolía frenéticamente en su mirada. Ella deseaba que se retratara su angustia. Ella pedía a gritos a un dios pagano que lloviera.
Mientras se asomaban en las sombras volutas del cigarrillo, bebió un poco de cerveza amarga de tantos jirones que daba su vida. Todavía tenía que hacer largas llamadas telefónicas. Contar lo sucedido una y otra vez. Relatar como las sirenas de la ambulancia se detuvieron frente a su ventana. Como las ínfimas manos levantaron el cuerpo grotesco, gélido, para luego navegar entre las calles directo al nosocomio. Intentar, otra vez, no ver al animal envuelto en sabanas blancas, en el que se desconoce cada vez más su figura humana. Olvidar su bramido seco y ahora silenciado de tanto toser en la noche fría.
Se sabía, si. Ya estaba enferma, si. No había nada más que hacer, sí. Repite ella y cuelga. Vuelve a marcar otra línea y vuelve a atravesar la ferviente noche en su mente.
Deseaba el silencio de las cosas. Modificar el tiempo. Como tendría que haber sido siempre. Sepultar el miedo a responder, la mirada al frente, la posición del cuerpo sutil, apretada, femenina. Esa que, a cinturonazos, le enseñó el monstruo.
¿Quién era ella ahora? ¿No era hija dé? ¿Cómo se abren las fauces de una vida que nunca llevo? Conseguiría un trabajo, vendería todo lo que no necesitara de la casa, o la casa entera. Sí, la vendería a un precio que la dejara vivir lo que alguna vez llamo sus sueños. Esos que la llevaron a tomar la medida desesperada de cometer un crimen.
viernes, 11 de julio de 2025
Regresos de Wislawa Szymborska
Nana
Se deshoja la margarita, se deshoja.
Después de nueve meses que se posó
ante ella la preciosa mariposa.
Solo escribía cartas a la vida.
Mensajes de amor a la vida.
De esos senderos,
donde era primeriza.
Ella cantaba y la panza reía.
Su silueta cambiaba
y ella reía.
¿Quién iba a augurar
lo que sucedería después?
La margarita se deshoja en la mesa
donde su hija debía nacer.
Sangre que es río y cura
Sangre que es río y vida, huye.
Que nazca sana
que viva alegre
si la niña queda sin madre
los mensajes irán al dios de la muerte
la margarita canta una nana al viento
El que salva y guarde la escuchó en su canto
la margarita continúa luchando.
Amado sea el dios que la vida entrega
Ambas sonríen hoy
bajo el cielo estrellado.