viernes, 11 de julio de 2025
Regresos de Wislawa Szymborska
Nana
Se deshoja la margarita, se deshoja.
Después de nueve meses que se posó
ante ella la preciosa mariposa.
Solo escribía cartas a la vida.
Mensajes de amor a la vida.
De esos senderos,
donde era primeriza.
Ella cantaba y la panza reía.
Su silueta cambiaba
y ella reía.
¿Quién iba a augurar
lo que sucedería después?
La margarita se deshoja en la mesa
donde su hija debía nacer.
Sangre que es río y cura
Sangre que es río y vida, huye.
Que nazca sana
que viva alegre
si la niña queda sin madre
los mensajes irán al dios de la muerte
la margarita canta una nana al viento
El que salva y guarde la escuchó en su canto
la margarita continúa luchando.
Amado sea el dios que la vida entrega
Ambas sonríen hoy
bajo el cielo estrellado.
martes, 17 de junio de 2025
Piedad
Pero el amor es más fuerte. Por eso lo atrapo con sus manos como garras de tigre. Respiro fuerte, el humo de su voz era insostenible. Debía gritar. Gritar su angustia y salvarlo.
La tierra húmeda le impedía ponerse de pie. Se podía oler el
terroso y apretado sonido de las gotas como si toda la lluvia del mundo
cubriera la ínfima ciudad portuaria. Ella tocaba con su fría mano a la criatura
gris. Si supiera darle aire boca a boca, lo haría. Sin lugar a dudas quería
conectarse piel a piel con la calidez que su cuerpo emanaba. Ella estaba sola
desde el comienzo, y lo sabía. ¿Por qué hacía todo esto, después de tanto
odiarlo?, después de tanto condenarlo en viva voz cuando lo nombraba en el
trabajo, y contarles a sus colegas, del animal que se coló en su vida, que
insiste en ingresar a la casa, de usar el patio como
arenero.
De los días que duro y duro la caída de lágrimas
transparentes que dominaban sobre los humanos. La condenada lluvia que
traspasaba sus límites naturales, recorriendo como rio las calles y silenciando
vidas.
La noche cuesta abajo como si el sol se hubiera
despedido de esa tierra santa. Entonces ella como tigre preocupado por aquello
que odiaba tanto. Esperando las horas desmedidas de tristeza para asomarse por
la calle y llamar su nombre. El nombre que no tenía el callejero, pero que era
fuerte y sonaba como propio de un animal que no tenía familia.
Las calles desfilaban como bocas de ballenas abiertas y
frías de tanta agua que no sabe si subir al cielo o bajar por las entrañas de
la tierra y alimentar cultivos y semillas. Porque la inundación también da
vida, se decía ella mientras evitaba hundirse en el fango.
Agonizaba la criatura, y ella también agonizaba. Todo era
oscuridad, tanto por dentro como por fuera, para ella, todo era oscuridad. El
cielo oscuro era Dios y la estaba castigando.
Esa criatura le había entregado amor,
le sabía buscar la caricia. Ella no entendía que esas experiencias eran parte
de una muestra de afecto. Siempre perros en la casa se decía. Pero lo dejaba
entrar cuando hacía frío, y le compraba comida.
¿Quién se necesita a quien cuando la naturaleza se pone la gorra
y destruye aquello que debería amar? Por eso, cuando lo vio, lo envolvió en
mantas, lo acaricio, mientras buscaba saber si respiraba. Lo abrazo cuando
escucho un suave sonido salir de su pulmón. Ella lo abrazó
fuerte, como su amor, que era tan, pero tan fuerte.
Romiku
lunes, 2 de junio de 2025
Dulce despedida
A los 8 años aprendí varias palabras. Sentada, en la sala de espera, mientras mis papás hablaban con el veterinario sobre lavado de estómago, y provocar el vómito para que mi perro, Rulo, no volviera a caer un sábado de madrugada a timbrazos por un alfajor.
El domingo revisamos la cocina y las habitaciones para que no haya nada que se pudiera comer Rulo fuera de su alimento. Comenzamos a usar la alacena más alta para guardar las galletitas con chispas de chocolate y demás dulces. Por mi parte dejé de llevar golosinas de la escuela a casa, y me puse seria persiguiendo a cualquier familiar que llevaba una torta de cumpleaños con chocolate, o algún tipo de bombón. Que no quedaran dulces olvidados sobre la mesa, sin vigilancia, para que no se cayera nada al suelo.
Me decían que me preocupaba demasiado, que me había vuelto amarga y seria, que precisaba ver a un psicólogo. Hay accidentes que no se pueden evitar, me repetían. No, no fue un accidente, pero no tenía cara para decir que le había entregado el dulce para que probara. No sabía la toxicidad. Probar un alfajor no debía provocar… No debía poder matar a Rulo.
No me importaba no festejar más reuniones, no tener huevos de Pascuas, no invitar amigos del colegio en casa. Cruzar por otra calle cuando salíamos a pasear, siempre con correa, porque abrió un kiosco en la cuadra que acostumbraba ir solo. Y yo, que supervisaba el suelo una y mil veces pensando en que podría encontrar un paquete brillante de alfajor.
Rulo conmigo estaba a salvo. Trece años pasaron de la espera en la sala de espera, del sábado de madrugada, donde casi perdí el alma. Hoy le detectaron esa enfermedad silenciosa. Una incomprendida mutación de una célula.
El médico veterinario es el mismo y me recuerda, la esperanza de vida pende de un hilo, me dice, a partir de ahora sufrirá varios dolores y no será el mismo. Mientras me habla de una jeringa intento no escucharlo. Llevarlo a casa ya no sonaba a una alternativa. Le pedí a mis papás y al doctor que me esperaran unos minutos, qué salía de la veterinaria y volvía. Corrí, atravesé las calles sin mirar como recorrían las lágrimas mis mejillas.
Volví a tiempo con cuatro envoltorios, distintos sabores de distintas marcas. Mientras la inyección hace efecto, le doy a Rulo los alfajores para que disfrute. Él me ve a los ojos, y su mandíbula se llena de mouse negro con leche. Está contento, mueve lentamente la cola y yo aguanto el llanto y pienso que ningún perro debería ir al cielo sin haber probado el chocolate.
miércoles, 14 de mayo de 2025
Tengo que aguantar el impulso de llorar. Tengo que ser fuerte. Por mi hija debo ser fuerte. Lleva horas callada, apenas me mira. Estuvo seis horas en el quirófano. Seis kilos ocupaba de su cuerpo un tumor, desde el estómago hacia los costados colgaba.
Vine porque mi niña tiene un fuerte dolor de panza, le dije al doctor. Solo eso, un dolor de panza. La revisaron tantas veces. Qué análisis de sangre, que muestra de orina, que tocar aquí, que siente si le toco acá. Que si tuvo alguna operación anterior, otros síntomas, vomito, no sé doctor. Ya no sé qué más responderle, doctor.
La vamos a tener que internar, dijo primero el doctor. La vamos a tener que operar, dijo después el doctor. Si por favor, salve la vida de mi hijita. Cúrela, yo rezare, doctor. Tiene a dios en sus manos, doctor.
Cuando la trajeron ya no era la misma. Ya no sé qué más decirle a mi hija en la cama del hospital. Como puedo hacer para que me hable. Si las enfermeras van y vienen, si su sonrisa se perdió mirando al techo. ¿No tiene frío, hijita? ¿No tiene calor, hijita? ¿No quiere conversar con mamá que guarda para dentro todo con un nudo enorme, enorme, para que no salga una lágrima y le sonría, hijita?
El tiempo pasa lento en esta jaula blanca apenas perfumada de alcohol. Todavía no volvió el doctor a verla. Miro por la ventana y pienso en el mundo que enmudeció.
Tocan la puerta dos chicas que se presentan como estudiantes de enfermería. Dicen que le tomarán la presión y la fiebre. Apenas las oigo y afirmó con la cabeza.
La joven toma un títere con forma de caballo y cuenta una historia a mí hija. Dice que perdió a su caballero y mira para los lados. Dice que mí hijita es la princesa perdida de un cuento y que si dice su nombre podría saber si era.
Mí hija responde sonriente. Alegre. Soñadora al caballo. Quiere ser la princesa del cuento y mis lágrimas empiezan a desparramarse.
Ya no puedo respirar hondo y guardar todo. La segunda joven se acerca preocupada y yo la abrazo. No la conozco y la abrazo con fuerzas. Ella no puede entender todo lo que guardo dentro. Intento contarle entre lágrimas que mi hijita llevaba horas sin decir palabra alguna.
Cuando el show termino y mi hijita abrazo al caballo. Contó que tuvo miedo. Que un tubo cubrió su cuello hasta hacerle doler.