Pero el amor es más fuerte. Por eso lo atrapo con sus manos como garras de tigre. Respiro fuerte, el humo de su voz era insostenible. Debía gritar. Gritar su angustia y salvarlo.
La tierra húmeda le impedía ponerse de pie. Se podía oler el
terroso y apretado sonido de las gotas como si toda la lluvia del mundo
cubriera la ínfima ciudad portuaria. Ella tocaba con su fría mano a la criatura
gris. Si supiera darle aire boca a boca, lo haría. Sin lugar a dudas quería
conectarse piel a piel con la calidez que su cuerpo emanaba. Ella estaba sola
desde el comienzo, y lo sabía. ¿Por qué hacía todo esto, después de tanto
odiarlo?, después de tanto condenarlo en viva voz cuando lo nombraba en el
trabajo, y contarles a sus colegas, del animal que se coló en su vida, que
insiste en ingresar a la casa, de usar el patio como
arenero.
De los días que duro y duro la caída de lágrimas
transparentes que dominaban sobre los humanos. La condenada lluvia que
traspasaba sus límites naturales, recorriendo como rio las calles y silenciando
vidas.
La noche cuesta abajo como si el sol se hubiera
despedido de esa tierra santa. Entonces ella como tigre preocupado por aquello
que odiaba tanto. Esperando las horas desmedidas de tristeza para asomarse por
la calle y llamar su nombre. El nombre que no tenía el callejero, pero que era
fuerte y sonaba como propio de un animal que no tenía familia.
Las calles desfilaban como bocas de ballenas abiertas y
frías de tanta agua que no sabe si subir al cielo o bajar por las entrañas de
la tierra y alimentar cultivos y semillas. Porque la inundación también da
vida, se decía ella mientras evitaba hundirse en el fango.
Agonizaba la criatura, y ella también agonizaba. Todo era
oscuridad, tanto por dentro como por fuera, para ella, todo era oscuridad. El
cielo oscuro era Dios y la estaba castigando.
Esa criatura le había entregado amor,
le sabía buscar la caricia. Ella no entendía que esas experiencias eran parte
de una muestra de afecto. Siempre perros en la casa se decía. Pero lo dejaba
entrar cuando hacía frío, y le compraba comida.
¿Quién se necesita a quien cuando la naturaleza se pone la gorra
y destruye aquello que debería amar? Por eso, cuando lo vio, lo envolvió en
mantas, lo acaricio, mientras buscaba saber si respiraba. Lo abrazo cuando
escucho un suave sonido salir de su pulmón. Ella lo abrazó
fuerte, como su amor, que era tan, pero tan fuerte.
Romiku