* El florete no cayó muy lejos del dueño. Una estocada mas y sobrevivimos - se dijo.
La fina espada se tambaleaba a causa de su ligereza. El metal brillaba a plena luz del día. Había cadáveres desparramados en cada espacio del campo de batalla donde se desafiaba contra La Muerte.
El joven borboteaba sangre de sus múltiples heridas a la vez que soltaba una sonrisa triunfal, su destino no era morir hoy. Tomó su espada del suelo y en un rápido giro la empuño contra el único ojo que le quedaba a la parca.
El esqueleto movió de una manera extraña sus huesudos dedos y en un santiamén escapó.
*A los pocos metros un opaco violín comenzó a volar suavemente y un perfume a jazmines rodeo el tranquilo lugar.
La dulce melodía resonaba. Se amplificaba a medida que golpeaba las armaduras carcomidas que se perfilaban junto a sus fallecidos dueños.
El caballero se acostó en la hierba y observo el cielo. Todavía estaba a tiempo, todavía podía salvar a su amada. Solo debía encontrar a La Muerte una vez más.
*Buscó por interminables tierras. Los años pasaban. La Muerte no pasaba por donde él iba y por ello los habitantes de cientos de pueblos lo echaban una y otra y otra vez.
Fue en un desierto, cansado de caminar, dejó en el suelo su violín y su florete. Quería olvidarlo todo, quería volver a ser él. Su fe se estaba apagando, cuando divisa a lo lejos un vidrio resplandeciente.
Era un frasco transparente, de tapa blanca y sin nada en su interior. Después de un momento de consuelo, abrió el envase. La ciega Muerte se apareció frente a él. Introdujo sus huesudos dedos en el frasco vacío y se coloco los ojos.
Comprendió al mirarlo que jamás estuvo solo. Que La Muerte lo estuvo siguiendo a cada paso. Lloró. Detrás del caballero el violín tomaba figura humana. Solo pudo ver a su amado desaparecer en polvo.
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