No existe un ser humano capaz de leer la mente de otro. Al menos eso pensaba hasta conocerla.
Eramos amigos, nos entendíamos tan bien. Creía que era pura coincidencia o prefería pensar que era eso.Nos enviábamos mensajes ocultos en canciones o títulos de libros. Por ejemplo, cuando estábamos en la sala de su casa y me veía con esa sonrisa picara. Hacia un gesto no muy disimulado para que desviará mi vista hacia su cuerpo. se podía ver claramente a causa de una fina blusa oscura y podía notar que no llevaba sostén. Nunca sucedió nada entre ambos, al menos, no físicamente.
Y un día lo entendí. Estábamos en la sala de su casa. Ella leía un libro que le recomendé y yo veía una serie, noté que ella llevaba esa fina blusa otra vez. Me imaginé de pie, atrás de ella y a punto de masajear sus hombros. Levanto su mirada y me sonrió como siempre. Entonces la bese.
Comencé a acariciar sus pechos. Ella me hizo el gesto de quería que me sentará en el asiento. Se apoyó sobre mi, dándome la espalda, y todo continuo. Mordí su cuello, quite esa fina pero molesta blusa. Pasó sus manos entre mis piernas y quito mi pantalón, dejo escapar un suave gemido. Comenzó bruscamente a menearse sobre mi, eso me volvió loco de deseos. Aparte su ropa interior a un lado y la penetre, nos movíamos juntos. Recorría su cuerpo con ambas manos...
Así tuvimos sexo varias veces en ese asiento. Ella me llamaba “Señor” y yo la nalgueaba más fuerte, sintiéndola toda mía, terminamos juntos y luego abríamos una lata de gaseosa.
Al finalizar sediento mi gaseosa, abrí mis ojos nuevamente. Habían pasado unos segundos perdido en mi mente. La vi a los ojos, avergonzado. Ella con su sonrisa habitual musitó “Desea una bebida señor?”.
Desde ese día controlo mis pensamientos en su presencia.
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