Esa mañana fui castigado. Había roto con mi
pelota la maceta del cactus que mamá adoraba. La única con forma de estatua
antigua y por eso me prohibió los dibujitos. Ahí desperté.
Las noticias no paraban de hablar sobre el
aniversario del “crac del 29”. Yo viví esa época, fue lo primero que pensé
mientras tomaba la leche.
Recuerdo brevemente la cueva del
archipiélago, la que tenía una imagen de un colibrí grabado en la roca. En ese
entonces no tenía mejillas ruborizadas ni dientes de leche. Había pedido dinero
prestado y lo había gastado en la bolsa de valores. Llevándome a obtener deudas
impagables.
Debía desaparecer. Fingir mi muerte. Lo
primero fue robar un cadáver del cementerio, luego llenarlo de cal para
desfigurarlo más y finalmente plantar pistas de un posible asesinato (siendo
que tenía tanta gente buscándome por el dinero perdido, no fue nada difícil).
Vagando en el tren a un nuevo destino lo
escuché. Era un loco que decía que él no era él. Intenté comprender su inconexo
relato y creí que era un viajero en el tiempo. Debía comprobarlo con mis
propios ojos. No fue difícil llegar a las islas ni encontrar la ubicación.
Ya fue mucho castigo por hoy. -dice mi
mamá. Mientras cambia de canal.
Quiero recordarlo todo pero hay perritos.
Muchos. De colores. Quedó dormido acurrucado en el sofá.
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